Ari caminó detrás del doctor Vargas, sintiendo cada músculo de su cuerpo tenso mientras se dirigían a la pequeña clínica dentro de la mansión. Rafael la seguía en silencio, pero su presencia era imposible de ignorar.
Al llegar, Vargas abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara. La habitación era cálida, con luz tenue y un aroma a hierbas que resultaba sorprendentemente relajante.
—Siéntate, Ari —dijo el doctor con voz suave, indicándole la camilla.
Ella obedeció, evitando mirar a Rafael, quien se quedó de pie cerca de la puerta, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa.
Vargas tomó asiento frente a ella y abrió su carpeta.
—Voy a hacerte algunas preguntas antes de los análisis, ¿de acuerdo?
Ari asintió, aunque su cuerpo se mantenía rígido.
—¿Cuándo fue la última vez que… pasó? —preguntó Vargas con tacto.
Ari respiró hondo.
—Hace un mes.
Rafael cerró los ojos un segundo, como si esa confirmación le encendiera aún más la furia contenida.
Vargas anotó en su hoja.
—Está bien.