—Pequeña… —su voz sonó entrecortada, cargada de una mezcla de sorpresa y alarma. Sus ojos se clavaron en los míos con intensidad mientras subía los tres escalones que nos separaban.
Lo observé con una sonrisa temblorosa en los labios, aunque por dentro sentía un dolor desgarrador.
—Ahora entiendo los dolores… siempre estuvieron ahí… —murmuré con voz ahogada, intentando mantenerme firme a pesar de la tormenta de emociones que me azotaba.
Él dio un paso más, acercándose con cautela, pero antes de que pudiera decir algo, una voz femenina rompió la tensión.
—Bebé, ¿quién es esta tipa? —la castaña de ojos oscuros me miró con evidente fastidio y un deje de desprecio en su expresión.
Volteé a verla y forcé una sonrisa cortés, aunque las lágrimas seguían cayendo sin tregua por mis mejillas.
—Un gusto, señorita… Mikaela, si mal no escuché —dije con una calma ensayada, tragándome el nudo en la garganta—. Mi nombre es Fumiko… soy apartada de Oshin.
La mujer frunció el ceño, y una mueca de