36. La voz del laberinto
Mis puños atraviesan el aire. Golpean nada. O algo. No lo sé. Todo se ha vuelto una espiral de oscuridad y jadeos. Siento que caigo sin caer. Que corro sin moverme. Que grito… y nadie me escucha.
Hasta que algo cambia.
Un zumbido sutil. Como electricidad atravesando los huesos. Y entonces, la luz vuelve.
Estoy solo.
El túnel ya no es un túnel. Ahora es un pasillo interminable, con paredes de espejos agrietados. Y en cada reflejo, una versión rota de mí. Más joven. Más vieja. Más destruida.
Camino. No porque quiera. Porque algo allá adelante me llama. Es como un hilo invisible tirando de mis costillas. Como si Lena estuviera al final de este laberinto de locura, susurrando mi nombre sin voz.
Una puerta aparece a mi derecha. Roja. Con marcas de uñas en la madera.
La abro.
Y el mundo cambia otra vez.
Estoy en una habitación que conozco demasiado bien.
El cuarto de Lena.
Su perfume flota en el aire, suave y doloroso. Todo está como lo dejó. Su taza de café a medio tomar. Su li