34. La Entrega
La dirección en el sobre está escrita con tinta roja. Solo una palabra debajo: Silencio.
Ni una explicación. Ni una advertencia. Solo un nombre que parece una amenaza disfrazada de lugar.
Conduzco por la ciudad mientras las luces de neón parpadean como si el mundo entero respirara en cámara lenta. Las calles están casi vacías, salvo por los fantasmas que caminan sin rumbo, ajenos a mi urgencia. Cada semáforo en rojo me carcome la paciencia. Lena podría estar gritando su nombre ahora mismo, y yo… yo estoy haciendo entregas para un maldito fantasma de la mafia.
El edificio está al borde de la ciudad, justo donde comienza la nada. Un antiguo motel clausurado, donde hasta el olvido parece tener miedo de quedarse. Me bajo del auto, el sobre dentro de mi chaqueta, el corazón golpeando como si intentara huir de mi pecho.
Una luz titilante marca la entrada. Nadie a la vista. Solo una cámara oxidada girando lentamente hacia mí.
—Elías —dice una voz desde un altavoz oculto—. Piso tres. Habitaci