37. Donde el Tiempo Sangra
Caemos.
No como quien cae desde una azotea o por una escalera. Esto es distinto. Es como si el tiempo mismo se desmoronara bajo nuestros pies, tragándonos con sus dientes invisibles.
Lena aprieta mi mano. Su piel arde. Como si llevara dentro un pedazo de sol a punto de estallar.
Y cuando por fin tocamos fondo… no hay impacto.
Solo un silencio denso. Tan absoluto que me deja sordo.
El paisaje frente a nosotros no tiene lógica. Ni dirección.
El cielo está hecho de recuerdos. Literalmente. Fragmentos suspendidos de momentos, como fotografías flotando en el aire. Ahí estoy yo besando a Lena bajo la lluvia. Ahí ella llorando mientras le decía que todo estaría bien. Ahí… ella desapareciendo frente a mis ojos.
Un campo de memoria viva.
—¿Dónde estamos? —murmuro.
Lena no responde de inmediato. Está observando el cielo, sus ojos cargados de un dolor que nunca le había visto.
—Esto es lo que queda —dice al fin, con voz baja—. Lo que sobrevivió al olvido.
—¿Sobrevivió? ¿A