35. El otro yo
No puedo dejar de mirar la maldita foto.
Mi mano tiembla. No por miedo. Por la certeza nauseabunda de que lo que vi es real.
Esa silueta que tiene mi rostro… que está junto a Lena… no soy yo.
—¿Qué significa esto? —pregunto, la voz más ronca de lo que esperaba.
La figura da media vuelta, camina lentamente hacia la oscuridad, como si supiera que lo seguiría.
—Significa que no todo lo que recuerdas es cierto —responde sin mirar atrás—. Y que Lena ya no está donde crees que está.
Salimos de la habitación y bajamos por las escaleras. Nadie más en el edificio. Solo ecos. Ecos de cosas que no quiero entender.
Cuando llegamos a la planta baja, él se detiene frente a una puerta que no estaba allí antes. Una puerta metálica, negra, con un símbolo extraño grabado: un reloj sin manecillas.
—Estás a punto de ver lo que nadie debería ver —dice mientras gira el pomo—. Pero ya tomaste una decisión, Elías. Ya entraste en el juego.
La puerta se abre con un gemido grave. Detrás no hay una habitación.
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