95. LA PELEA DEL SIGLO.
El sol de la ciudad no era indulgente. A media tarde, el cielo era de un azul cegador y el calor del verano se cernía sobre los campos resecos. La granja abandonada no ofrecía sombra, y sus paredes blancas y encaladas ardían bajo la luz.
La visibilidad era máxima, un riesgo calculado para Dominico Callahan. Si iba a ser una carnicería, prefería que sus enemigos la vieran venir.
Dominico se acercó al perímetro. No iba vestido de negro, sino con un traje táctico de tono tierra que apenas mitigaba el calor, un compromiso entre la necesidad de moverse rápido y la armadura que necesitaba. La luz del día anulaba el factor sorpresa, pero su presencia, a plena vista, era un mensaje: la audacia era su arma más letal.
Se movía por el lindero del campo de heno. Sabía que al menos 40 hombres de la Mafia Italiana lo esperaban. Habían elegido la granja por su aislamiento y la visibilidad que ofrecía para detectar cualquier incursión nocturna. Pero Dominico no era nocturno; era una tormenta