Ana caminó a la entrada de los grandes edificios del grupo Dixon. Posó ante una cámara escondida, tomándose el tiempo para entrar.
Hace un año, cuando tomó la decisión de irse, lo hizo por sus propios sueños, lo hizo por ella misma, lo hizo porque tenía miedo de que Alexander descubriera la verdad tras la muerte de su madre. Lo supo antes por la llamada del cirujano que habia hecho la operación a la madre de Alexander. Los aparatos médicos que había vendido por debajo de la vista de todos, a algunos doctores, eran mediocres. Ninguno servía y presentaban defectos de fábricas. — Señorita Bell. El señor Dixon no ha llegado el día de hoy. ¿Le aviso a su asistente de su llegada? — No es necesario, he venido por algo que olvidé —Ana sonríe fingiendo amabilidad— Saldré de inmediato, Alexander me ha dicho donde me lo ha dejado. La recepcionista, sabe de sobra quién es ella. Asi que no le puede negar la entrada. — No se preocupe, señorita Bell. Adelante. Ana caminó como si fuera la dueña de todo aquello. Aunque en su mente, podría ser así. Después de todo, cuando terminó el compromiso con Alexander, Alexander perdió el control. Por ello lo obligaron a casarse con Verónica Cox. Su objetivo era simple; hacer que Verónica Cox conozca su lugar. Conocía a Verónica Cox gracias al doctor Fuentes, que trabajaba desde hace tiempo en el hospital King de la ciudad. Ella se sentó en la oficina, como si fuera suya. Recorrió cada mueble con las puntas de sus dedos, recordando lo vivido con Alexander. La puerta se abrió de repente, Verónica detuvo su paso al verla allí. Esa mañana, había ido a trabajar, pero no podía dejar de pensar en lo que pasó la noche anterior. — ¡Oh, hola! —Ana Bell fingió demencia— No sabía que venías hoy. — Quería hablar con Alexander —respondió Verónica con la voz desanimada. — Ha salido un momento, lo he tenido ocupado esta mañana —mintió con una sonrisa cínica, dando paso a las insinuaciones— ¿Quieres esperarlo? — No hace falta —Verónica levantó la vista irritada— Duerme en mi casa, lo veré después. — ¡Wow! ¿A caso te sientes amenazada conmigo? No quise parecer una amenaza, Verónica. Tu eres la esposa después de todo —Ana cambió el semblante en ese momento— Esposa por contrato, pero esposa. Y yo... yo soy su ex prometida, la razón por la que te tuvo que contratar. ¿Lo recuerdas? — Habla claro, eres la ex prometida. Esa palabra ni existe en el vocabulario, así que diría que no eres nada —Verónica estaba tan enojada, que ni siquiera pensaba lo que decia, solo era su boca fluyendo— Hablaré con mi esposo por la noche, cuando llegue a mi lado, después de todo... yo no tengo que andarlo buscando. El portazo que dió Verónica al salir de la oficina de Alexander lo presenció Jorge. Quien sin entender, entró a la oficina encontrándose a Ana. — ¿Qué estás haciendo aquí, Ana? —preguntó Jorge molesto— ¡No tienes ni un derecho de estar aquí, a menos que tengas una cita! — Como te he extrañado, Jorge. Espero el dia —Ana tomó su bolso— el dia que Alexander se canse de ti, para no estar viendo tu horrorosa cara. — Fuera, Ana. Jorge no tomó las provocaciones de Ana, puesto que sabía que su futuro no era prometedor. Alexander le habia pedido investigar quién había tomado unas fotos que se habían filtrado en la prensa, hasta hace unos momentos, había descubierto la verdad. Mientras tanto, Alexander estaba en casa después de evitar a Verónica. Notó que Verónica había limpiado el desastre que él habia hecho. Observó con detalle todo, hasta ver el calendario; 25 días para que el mes acabe. ¿Era una coincidencia? Abrió el enlace que su asistente le había mandado y descubrió lo que ya se esperaba; — Ana Bell, sigues entrometiendote en mis asuntos. Mis malditos asuntos. La investigación indicaba que ella era la culpable de aquellas fotos que habían molestado a Verónica. — ¿Estás en casa? La voz de Verónica llegó a sus oídos como rayo. Se levantó de inmediato de su lugar y fue a la entrada. Verónica se encontraba de pie. — ¿No tienes trabajo hoy? —preguntó Alexander con la misma monotonía de siempre, lo que provocó que la molestia de Verónica aumentara. — ¿Por qué? —respondió a la defensiva— ¿Ibas a meter a Ana Bell aquí tambien? Si es así, para irme. Alexander arrugó el entrecejo sin entender lo que decía. — ¿Por qué haría eso. — Fue un error venir aquí, debí quedarme en mi trabajo. No debí ir a tu oficina, ni mucho menos venir a buscarte aquí. Todo esto, es un caso perdido. Soy la esposa de mentira. ¿Cierto? — ¿De qué m****a hablas, Verónica? No eres una mentira, eres la maldita verdad. Estás unida a mi, quieras o no. Verónica miró por primera vez con rabia a su esposo. Deseaba muchas cosas, pero no podía seguir hablando sin un punto decente. Ella no podía actuar como una niña. — Mas pronto que tarde esto terminará. Alexander tomó su brazo antes de que Verónica saliera. No entendía lo que pasaba, así que no la dejaría irse. Raras veces ellos tenían algún tipo de contacto. Asi que para Alexander, tocar a Verónica después de tanto tiempo, fue como tocar fuego. Alejó su mano tan rápido, que Verónica malentendió ese pequeño gesto. — Si no te parece.. será mejor que no me toques, Alexander. Verónica sintió su corazon apagarse. — Si no te callas ahora, haré lo que sea necesario para hacerlo. — ¿A caso me estás amenazando? ¿A mí? Verónica no veía claro las cosas. Necesitaba alejarse ya, sentía su corazón latiendo de coraje, sus impulsos deseando darle una cachetada a ese hombre frío con el que ha tenido que vivir un año. — Te estoy diciendo la verdad, solo eso. — No me importa... —La voz de Verónica fue apagada por el segundo beso que Alexander le daba. La sorpresa en su cara fue demasiada, pero aunque intentó alejarse. Alexander la sostuvo con fuerza, deseaba esto, deseaba a Verónica, aunque se dió cuenta hace poco, no podía dejarla marchar ahora ni nunca. Una tercera persona deslizó un sobre en el auto de Alexander, el plan de Ana apenas comenzaba.