«¿Qué me esperaba? Lo bueno nunca dura…», pensaba Scarlet mientras observaba la habitación compartida a la que la habían trasladado. Su corazón estaba un poco encogido. Adiós sábanas suaves. Adiós frutitas frescas. Adiós glamour VIP.
«De vuelta a la triste realidad». Soltó un suspiro.
«Naturalmente, el CEO no iba a pagar una habitación privada para una empleada simple como yo. Ni que fuera su prometida secreta».
Y justo cuando empezaba a hacerse a la idea de convivir con ronquidos ajenos y cortinas manchadas de yodo, un carraspeo hipócrita le rompió la concentración.
Claudia apareció con su suero en una mano, una rosa casi en coma vegetal en la otra, y una bata de hospital que colgaba de su cuerpo como si también odiara estar ahí.
—Te duró poco la suerte —canturreó con malicia—. Sabía que habían cometido un error. Tú, una don nadie, no podías estar en una habitación privada. Era obvio. Las ratas no duermen en castillos.
Se acercó arrastrando el suero como si fuera su título nobiliario