Cuando el rey se enfurece.
Derek sacó del bolsillo el colgante, aquel artefacto sagrado que solo debía usarse para identificar a la luna destinada, y se lo mostró con gesto frío.
La mujer, apenas lo vio, dio un paso al frente, como empujada por la culpa.
—¿Cómo obtuvieron esto?
Los dos se miraron, tensos.
—Supremo… fue su padre quien nos lo entregó —confesó la mujer, sin rodeos—. Nos dijo que seríamos recompensados, que seríamos vanagloriados por todas las manadas… tratados como reyes. Solo teníamos que perseguirlo y conseguir un momento a solas con esa mujer… con la humana… para poner una gota de su sangre en el colgante. Si brillaba en rojo carmesí… era su luna.
Derek cerró los ojos un segundo, tragando su rabia.
La mujer continuó, casi suplicando:
—Encontrar a la luna destinada es esencial para todos nosotros. Pensamos… que estábamos haciendo lo correcto…
—Pensaron —interrumpió Derek, con los ojos convertidos en dos brasas—. Pensaron… pero no preguntaron.
Incluso Reiden se quedó en silencio, porque cuando De