El alfa no se doblega.
Tan pronto el auto en el que iba Derek se detuvo frente al edificio de reuniones diplomáticas de la manada, él se desmontó de un salto, visiblemente agitado.
La tensión en el lugar se sentía en el aire como un zumbido eléctrico. Reiden lo esperaba en la entrada, con el ceño fruncido y una rigidez que no era habitual en él.
El edificio estaba fuertemente custodiado por los mejores soldados de la manada: imponentes, firmes, dispuestos a morir por su alfa. Pero, aun así… Reiden sabía que los seres que estaban adentro no eran rivales comunes. Eran otra liga. Otra maldita dimensión. Y todos esos soldados... no eran oponentes.
—¿Qué demonios quieren esos desagradables? —gruñó Derek, avanzando hacia la puerta con la ferocidad de un huracán. Sus ojos de alfa supremo resplandecían con esa luz sobrenatural que helaba la sangre a los lobos más jóvenes.
Como todo alfa, su naturaleza era desafiante. Y al acercarse a ese salón, la mezcla de auras de los reyes de otras especies se le clavaba en los