Horas antes de la borrachera...
"Sé parte de la manada"
Es la frase que siempre me dice papá en sus típicos sermones para que me integre a la familia y sea como ellos. «¿Qué pasa si quiero ser un coyote solitario, seguir mi propio rumbo, mis metas y sueños, que nada tienen que ver con lo que quiere la manada? ¿Por qué ese afán de nuestros padres para convertirnos en una copia de ellos mismos?».
Ni siquiera comprendo su insistencia por la perfección cuando a nuestro alrededor todo es un épico desastre. Mi madre, Lara, ni siquiera pertenece a esta ciudad o país, nació en no sé qué sitio del mundo cuyo nombre nunca recuerdo, se supone que tiene una madre y una hermana a las que nunca he conocido y de las que nunca habla.
Tampoco es que me dé curiosidad saber algo sobre ellas, si no las menciona es por algo.
Mi padre, Alfred, es el peor.
Mis abuelos, los Toscano, son una de las familias más poderosas de la ciudad, mi padre es su mayor decepción. Mientras, Alessandro, mi tío, fue un gran empresario que llevó el negocio familiar a la cima; siempre que papá inicia alguno, nos lleva directamente a la quiebra. Pero para la mala suerte de los Toscano, mi querido tío ya no está con nosotros, y no, no murió, se escapó a algún lugar del mundo con una estafadora y juntos robaron la más valiosa posesión de los Toscano, los rubíes de no sé qué nombre rarito, pero esa es otra historia.
Luego está mi querida hermana pequeña, Angie —lo de querida es sarcasmo—, que piensa que el mundo es color de rosa y vive flotando en las nubes creyéndose superior a los demás, espero que cuando caiga se dé un buen golpe en su escaso trasero.
Y finalmente, yo, Eva Toscano Zchwat, aspirante a coyote solitario. La familia de mamá me da igual, ni siquiera saco ese tema a conversación, honestamente creo que tiene motivos para no hacerlo. En el caso de papá, lo quiero, pero incluso yo soy mejor en los negocios que él y me alegra mucho que el tío Alessandro escapara de las redes de los Toscano, nos mantenemos en contacto secretamente porque es mi tío favorito. En cuanto a mi hermana, ella no existe en mi plano astral.
Así son mis días, viendo como mamá se gasta el poco dinero que papá consigue comprando ropas y joyas; escuchando las idioteces de mi hermana y lanzándole comentarios sarcásticos; tocando mi guitarra en la soledad de mi habitación, y escuchando los sermones de papá cada vez que me echan de una escuela de economía. Van cuatro a lo largo de este año, bueno, cinco si contamos la de hoy.
Soy un desastre, lo sé, pero no tengo culpa de que cuando la profesora Laurel comienza hablar mi sistema nervioso me ordenadormir. Y sí, es cierto que ya van tres veces que me duermo en su clase, pero en mi defensa, la mujer tiene el letrero de aburrida escrito en la frente y si a eso le sumamos que odio la economía ¿qué tenemos como resultado?
Sueño.
Por eso mientras camino de regreso a casa voy pensando en las diez excusas que le voy a poner a papá y cómo lo convenceré para que no busque más escuelas de economía y finalmente me deje ir a la academia de música. A veces me dan ganas de llamar al tío Alessandro y pedirle que me lleve con él.
Siempre me ha gustado la música, no es que tenga un talento como los protagonistas de las películas que al final cumplen su sueño y se hacen famosos. Para mí es como un hobbie, pero me gustaría aprender más sobre ello y tal vez trabajar en algo que se relacione.
Cuando finalmente llego a casa y abro la puerta me encuentro con una escena un poco extraña.
Mi familia está sentada en la sala, en silencio y cuando me escuchan llegar, todas sus miradas se posan en mí.
—Ya llamaron de tu escuela —me informa papá y maldigo en mi interior.
—Te prometo que... —intento iniciar mi defensa, pero mamá me interrumpe.
—Toma asiento Eva, tenemos que hablar.
Bien, algo va mal, no es que esto suceda cada vez que me echan de una escuela. Siempre me recibe papá y me da su sermón, para luego tener mi disputa con mi madre sobre mis deberes como hija mayor de la familia. En silencio y asustada hago lo que me dicen, me siento al lado de mi hermana que me mira despectivamente y le saco la lengua.
—Eva —me regaña papá y me pongo seria.
—¿Van a acabar de decirnos que pasa? —pregunta Angie y si mi hermana no está enterada de lo que ocurre, nada bueno debe ser, por lo que me pongo un poco intranquila.
Mamá y papá se dan una de esas miradas que solamente ellos entienden y no puedo evitar rodar los ojos, odio ese maldito idioma de padres porque la mayoría de las veces significa problemas para sus hijos.
—Como ambas saben desde que su tío Alessandro desapareció... —Empieza a hablar mi madre con su voz de mujer sofisticada y entorno los ojos.
Si hay algo que odio es su manía de querer tapar el mundo con un dedo. Nunca hablamos de los problemas, siempre aparentando ser la familia perfecta con tal de complacer a mis abuelos.
—Querrás decir, desde que se escapó con los millones de la familia —le corrijo y papá asoma una sonrisa mientras ella me mira con seriedad—. Ok, me callo.
—Lo que su mamá intenta explicarles —interviene papá—, es que como su tío no estuvo, pasé todo este tiempo haciéndome cargo de la empresa Toscano.
Angie abre los ojos asustada sin decir nada, pero como mi boca suelta todo lo que pienso, me pongo de pie.
—¡¿Llevaste la empresa de los abuelos a la quiebra?! —grito.
—¡Eva! —me regaña mamá y Angie se ríe.
—No, hija —informa papá y me siento más calmada—. Todo lo contrario, acabo de firmar un contrato millonario con el que podremos recuperar todo el dinero que perdimos cuando Alessandro... —Mi mamá lo interrumpe aclarándose la garganta para que no mencione lo de mi tío—. Bueno cuando ya saben.
—¡Eso es genial! —exclama Angie emocionada por poder comprarse más maquillaje y seguir pareciendo un payaso con colorete.
La alegría en los ojos de mi padre hace que mi corazón se emocione, porque sé lo difícil que es para él demostrarle a sus padres que sí puede hacerse cargo del patrimonio familiar y que haya logrado esto, sin duda significa mucho para él.
—Me alegra mucho papá —le digo.
—Pero eso no es todo pequeñas. —Mamá sonríe y le toma la mano a papá, esa es mi señal para saber que se viene una catástrofe—. Nos iremos de viaje.
Mi hermana y yo nos miramos.
Por primera vez desde que ella nació nos regalamos una sonrisa.
—¡Esa es la mejor noticia! —Ella se levanta aplaudiendo y hasta ganas de abrazarla me dan, pero las borro cuando recuerdo que rompió mi primera guitarra.
—¿Cuándo nos vamos? —pregunto feliz.
—Ustedes no van —suelta papá sin anestesia y Angie se queda con las manos en pausa antes de volver a aplaudir y cae sentada de un tirón.
—¿Cómo que no vamos? —Los miro asustada—. ¿Nos van a dejar solas?
Eso sí sería bueno, libertad al fin, aunque tuviese que quedarme con mi hermana.
—No —dice mamá y Angie la mira como si tuviese tres cabezas—. Se van a ir a Nardinkanth con mi madre.
—¡¿Qué?! —exclamamos al mismo tiempo.
—Tiene que ser una broma. —Mi hermana se cruza de brazos y niega.
—No lo es —explica mamá—. Ya hablé con mi madre y todo está arreglado para que se marchen mañana.
—¿A dónde irán ustedes? —pregunta Angie.
—Queremos pasar un tiempo viajando, para que al regresar su padre se enfoque totalmente en la empresa, merecemos un descanso para nosotros después de todo lo que hemos vivido con la desaparición de su tío
—¡¿Pero es necesario que vayamos con la abuela?! —Angie se pone de pie y comienza a caminar de un lado a otro.
—Eva —me llama papá, pero yo estoy en shock mirando un punto fijo procesando todo esto.
Mi mente es un bucle en el que las palabras "se van a ir a Nardinkanth con mi madre" se repiten una y otra vez. Siento un jodido nudo en la garganta mientras la mano de mi padre se mueve delante de mis ojos. Irme, lejos, sin mis amigos, sin mi novio, sin Liv, esto no pude estar pasando. La incertidumbre del futuro y la idea de empezar de cero me abruman.
—Pero mamá, ni siquiera hemos visto a la abuela. —Empieza a protestar Angie—. ¡Es que ni habías hablado de ella hasta ahora!
—Eva —vuelve a llamarme papá y yo sigo ensimismada mirando un cuadro.
—La abuela es una mujer ocupada —dice mamá orgullosa—. Pero ha dicho que con gusto las recibirá en su escuela para príncipes y princesas.
—¡¿Su qué?! —pregunta Angie emocionada.
Mi bucle se detiene y capto las últimas palabras de mi madre "Escuela para príncipes y princesas". Realeza, una maldita escuela de la realeza, con niños mimados que obtienen lo que quieran con solo mover la mano. ¿Qué vamos a hacer Angie y yo ahí? Las imágenes de palacios y protocolos estrictos llegan a mi mente y la idea de encajar en ese mundo desconocido me resulta abrumadora. Voy a estar atrapada en una realidad que no he elegido y que está muy lejana a mis sueños y aspiraciones.
—Eva —insiste papá y reacciono.
—¡No pienso irme a la Conchinchina! —digo poniéndome de pie—. ¡Y mucho menos a esa escuela de niños ricos!
—Nosotras también somos ricas —interviene Angie.
—No te veo la corona por ningún lado —le digo y mamá me mira enojada.
—No está en discusión Eva —añade papá.
—Pues si me mandan a... a... a... ¡A ese lugar! —Pataleo irritada—. No voy a regresar.
—Yo estoy de acuerdo en ir —añade Angie y bufo.
—Pues comiencen a empacar —ordena papá—. Mañana temprano tomarán un vuelo.
Ni siquiera es una pregunta, simplemente lo han decidido sin consultarlo, solo han pensado en ellos, maldita costumbre de ser egoístas. Miro a todos con desprecio antes de salir por la puerta, lanzarla con toda mi fuerza y comenzar a caminar lejos de casa. Tomo mi celular del bolsillo y llamo a mi mejor amiga que contesta a los tres tonos.
—Livia al teléfono —responde riendo.
—Llama a todos, mañana me largo a la Conchinchina.
—¿A dónde? —pregunta confundida.
—A la Conchinchina —le repito—. Luego te explico, llama a todos, hoy pienso emborracharme.