"Háganle caso a la abuela"
Es la última frase de mamá antes de que Angie y yo subamos al avión con destino a Nardinkanth y también la única frase que me dirigió desde la noche anterior cuando llegué a casa borracha en compañía de un chico desconocido.
Prácticamente no recuerdo nada, sé lo sucedido gracias al enorme sermón que me dio papá diciendo que era una irresponsable y que habían hecho bien en no dejarme sola en casa.
Tuve suerte de que ese chico —del que no recuerdo absolutamente nada—, fuera alguien decente y me llevara sana y salva a casa, cosa que papá recalcó unas ochenta veces en medio de su parloteo.
Según Angie era muy guapo, que bueno que tengo laguna mental de lo que ocurrió con él porque seguro hice el ridículo un montón de veces.
Ir a vivir un tiempo con mi abuela es el último de mis deseos, pero aquí voy, en un avión rumbo a su absurda escuela. La música en mis auriculares se detiene y la alarma avisando que ha muerto la batería hace que suelte un bufido. Miro a la señora de unos sesenta años que viene a mi lado y rezo porque no siga roncando, pero al segundo un ruido molesto sale de su boca y ruedo los ojos.
Angie está ubicada tres asientos adelante junto a un niño pequeño que no deja de hablar, la veo respirando pausado para no gritarle que se calle y río porque por lo menos mi compañera de asiento era silenciosa hasta que se quedó dormida.
Me remuevo un poco en mi lugar, nunca he sido de esas personas que pueden dormir cuando viajan.
Me pongo de pie dispuesta a ir al baño.
El avión está a oscuras y la mayoría de las personas duermen, así que como puedo camino por el estrecho pasillo. Paso por el asiento de Angie y escucho al pequeño hablar de autos y emitir sonidos con su boca intentado parecer uno y no puedo evitar reír.
Es el karma hermanita.
Finalmente entro al baño y hago mis necesidades fisiológicas, me lavo las manos y salgo. Vuelvo a hacer el recorrido de regreso a mi asiento pero me detengo en seco cuando veo un chico durmiendo tranquilamente con un libro en las manos.
¡No puede ser! Llevo meses esperando que salga ese libro y por este maldito viaje no pude comprarlo. Me quedo parada embobada mirando el libro entre sus manos, se ve tan nuevo y reluciente…
Mi colección lo espera con ansias.
—Solo pueden estar pasando dos cosas. —Escucho una voz y dejo de mirar embobada hacia el libro—. O te gusto o eres una come libros como mi hermana.
Llevo la mirada hacia la cara del chico que me observa con una sonrisa y creo que las piernas me tiemblan. Tiene una sonrisa de esas que te dejan sin respiración, su pelo castaño oscuro es un desastre pero sin duda hace que se vea muy atractivo, unos ojos verdes que me detallan de pies a cabeza y admito que me pone un poco nerviosa. Lleva los auriculares colgados del cuello y hay un señor algo mayor durmiendo en el asiento de al lado.
—¿Eres muda? —me pregunta y yo abro la boca para hablar pero no logro decir nada.
«¿Qué pasó con mi voz?».
—Vale, eres muda —afirma. Empieza a hacer señas con sus manos y no puedo evitar reírme bajo para no despertar nadie.
—No soy muda —le respondo y otra vez sonríe.
Vale, soy fan de esa sonrisa. Los hoyuelos se marcan en sus mejillas y sus ojos verdes relucen demasiado.
Siento como mi corazón se acelera.
—Qué bueno, porque no tenía ni idea del lenguaje de señas —dice riendo—. ¿Entonces?
Lo miro confundida sin entender a qué se refiere.
—¿Te gusto yo o el libro?
Ambos.
—El libro —respondo y siento algo de calor en mis mejillas—. He estado esperando mucho para comprarlo pero por culpa de este viaje tonto no pude.
—¿Viaje tonto? —Su cara de confusión me divierte.
—Larga historia —le digo—. Debo regresar a mi asiento.
Me dispongo a marcharme a mi lugar, pero él se pone de pie y me toma del brazo, sus manos mandan una corriente por todo mi cuerpo y siento que me cuesta respirar. Me giro y me siento intimidada cuando nuestras miradas se cruzan.
—Espera —me pide. «Querido corazón deja de latir tan deprisa, gracias»—. Ten, te lo regalo.
Me tiende el libro y yo lo observo como si tuviese tres cabezas.
—¡¿Me lo regalas?! —Se me hace imposible ocultar la emoción en mi voz.
—Tendré que lidiar con los instintos asesinos de mi hermana, pero la alegría en tu mirada lo merece.
Y lo más probable es que me haya sonrojado después de eso. Bien podría negarme porque es un desconocido que puede intentar secuestrarme minutos más tarde de haberme regalado un libro.
Pero vamos, es "A través de ti", mi iceberg merece todo, así que sí, aun estando en peligro de que este chico resulte ser un psicópata, tomo el libro de su mano y le regalo mi mejor sonrisa.
—Muchas gracias.
—Un placer. ¿Cómo te llamas? —me pregunta pero antes de que pueda responder la aeromoza llega hasta nosotros.
—Chicos deben tomar sus asientos, ya vamos a aterrizar.
Le doy la espalda a ambos y camino hacia mi asiento con un tesoro entre mis manos, ahora cada vez que lea este libro me acordaré del chico del avión.
Quince minutos después finalmente nos encontramos en tierra, los pasajeros comienzan a bajar y yo me apresuro para poder agradecerle nuevamente al chico del libro. Pero cuando me acerco a Angie y ambas nos disponemos a salir junto a las demás personas, un señor de un traje negro me toma del brazo y otro se acerca a mi hermana. Angie me mira con miedo y yo me pongo a la defensiva.
—Acompáñennos —dice el que me sostiene del brazo y da un paso hacia el lado contrario a la puerta por donde todo el mundo está saliendo del avión.
Angie abre sus ojos aterrada, miro al hombre que usas lentes oscuros y me mantiene sujeta. El pánico comienza a invadir mi cuerpo, mientras mi primer instinto es proteger a mi hermana.
—¿A dónde? —le pregunto intentando soltarme de su agarre pero me es imposible.
—Plan B —le dice al otro tipo.
Veo como saca un pañuelo de su bolsillo y cubre la nariz y boca de Angie. Comienzo a forcejear con el que me sostiene para ayudar a mi hermana, intento gritar pero un paño cubre mi rostro y en segundos todo se vuelve totalmente oscuro.