Capítulo 5- Pruébame

- Elsa sentada en la silla de madera, sintiendo la dureza bajo su vestimenta de oficina. Cruzó las piernas con un gesto pulcro y colocó su bolso sobre la mesa, buscando anclar la imagen de la mujer estable que era. No era una fugitiva a las siete de la mañana; era una profesional tomando un café, y Damián era solo un viejo conocido.

-"Es una exageración, Damián," dijo con voz firme, sin que se notara la sequedad de su garganta. "Te equivocaste. Estoy aquí porque me buscaste con una intensidad que francamente me pareció extraña después de tanto tiempo. Quería saber por qué. Y por qué justo ahora."

-Damián alzó una ceja, sin dejar de mirarla. No había burla en sus ojos verdes, solo una observación fría y afilada.

"¿Extraña?" Repitió, y la palabra sonó diferente en su boca, casi un cumplido. "Tú eres la que está en la mesa de un café a las siete de la mañana, vestida para el matrimonio y actuando para el notario. Si tu vida fuera tan estable como quieres que parezca, me habrías bloqueado por cuarta vez y habrías seguido con tu presentación importante."

Elsa sintió un rubor ascender por su cuello. Él la había pillado en su mentira.

-"Mi vida es perfectamente estable," replicó, forzando una sonrisa. Se llevó la taza a los labios para esconder su incomodidad. "Estoy feliz. Tengo una vida que quiero, un hombre que amo. Lo que me extraña es que tú sigas persiguiendo fantasmas. Lo nuestro fue fugaz, Damián, y por una razón."

Él se recostó en la silla, sin romper el contacto visual. "La razón es que huiste. No es lo mismo. Pero bien, hablemos de estabilidad. Mírate, Elsa. Vienes a esta cita con la mano desnuda, pero veo los planos de la boda grabados en tu expresión. El futuro es una carga pesada, ¿no?"

- Elsa instintivamente bajó la mano. El gesto era una confesión. Sentía la ausencia del diamante que pronto debía estar allí, la promesa que aún no se concretaba, pero que pendía sobre su relación.

-"Tengo prisa," dijo, cortante. "Si viniste para analizar mi vida, me voy."

"-Quédate," musitó él, y el tono de su voz cambió. Ya no era el Damián desafiante, sino uno más cercano y peligroso. "Me disculpo. Quería verte. Quería saber si los años te habían quitado ese pánico que me tenías. Y no es solo el futuro que planean."

Se inclinó sobre la mesa. La cercanía hizo que Elsa contuviera la respiración.

"Te he visto y veo que Vives la vida que planeaste. Pero si te miro a los ojos, veo el mismo hambre que tenías cuando huiste. ¿Tu marido, el de los planes y la estabilidad, te está haciendo sentir deseada?"

La pregunta golpeó a Elsa con la fuerza de un puñetazo. Era la herida abierta, el vacío que Leo le había creado. Por un momento, olvidó la fachada.

"Él me ama," logró decir.

"Eso no fue lo que pregunté," insistió Damián, sin piedad. "El amor es el cimiento, claro. Pero, ¿te toca? ¿Te hace sentir que no te cambiaría por un informe de presupuesto o por un plano de obra? Porque yo sé lo que es mirar a una mujer como tú y no poder pensar en nada más."

Elsa sintió una punzada de alivio que la aterrorizó. Él no estaba mendigando amor; estaba afirmando el valor de ella.

"No cambiaste," suspiró Elsa, más para sí misma que para él.

"Tú tampoco," replicó Damián, deslizando su mano lentamente por la mesa, deteniéndola justo antes de tocar la de ella. Era un límite físico, una tentación deliberada. "Y por eso estás aquí. Porque en tu vida perfecta, hay una parte que se está muriendo de inanición, ¿verdad? Y esa parte me recuerda a un verano fugaz donde nunca tuvimos tiempo de terminar lo que empezamos."

Elsa se mordió el labio. Sentía la verdad resonando entre ellos como un gong. No tenía fuerzas para negarlo. Se levantó, recogiendo su bolso con una rapidez inestable.

"Tengo que irme," dijo, y esta vez no era una mentira para la oficina. Era una necesidad de huir de él, de su brutal honestidad.

Damián sonrió. Era la primera sonrisa real de la mañana, una sonrisa de victoria.

"Claro. Vuelve con el hombre de la estabilidad. Pero antes..." Se levantó y en un movimiento rápido, la tomó de la cintura antes de que pudiera dar un paso. No la besó. Acercó su boca a su oído, y su aliento cálido le recorrió la piel. "Pruébame. Dime por qué te fuiste, pero con la boca. Y si no puedes, búscame cuando necesites que alguien te recuerde quién eres, quiero besarte y se que a ti te gustaría que te besara, un beso chiquito anda."

Elsa sintió cómo el control se le escapaba. Se separó bruscamente, el aire del café sintiéndose demasiado denso. Asintió, incapaz de hablar. Se dio media vuelta y caminó hacia la puerta, sintiendo la mirada de Damián clavada en su espalda.

Salió a la calle. El aire de la mañana era un latigazo. Se subió al auto y se dirigió a la oficina, pero el peso que sentía no era el de su maletín, sino el de la promesa de hogar y familia que acababa de poner en riesgo.

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