Nathan
Cuando llego a la oficina frunzo el ceño al escuchar todos los murmullos a mi paso, pero dado que yo propicié esto no me queda más remedio que morderme la lengua y fingir que no me molesta ser el centro de su cotilleo.
—¡Buenos días, jefe! —me saluda Scarlett en cuanto aparezco en su campo de visión y aunque sigue siendo igual de cordial como siempre, puedo darme cuenta de que también me mira como si no diese crédito que me haya metido con una mujer casada y lo más importante de todo, la mujer de Lefebvre.
—¡Hola, Scarlett! Vamos a mi oficina, necesito que me ayudes con algunas cosas.
Sin más palabras la rubia me sigue y cuando cierra la puerta detrás de ella, me mira expectante.
—Ya dilo. Odio que me mires igual que el resto —refunfuño, dejando mi maletín a un lado.
—¿Cómo podría atreverme a decir algo sobre su vida privada?
—No mientas, nos conocemos desde hace años y sé que te mueres de ganas por soltarlo todo.
La miro con la ceja arqueada y cuando desvía su mirada abre la