El eco del portazo aún vibraba en el aire cuando Olivia irrumpió en el estudio. Alexander no se había movido de su posición frente al ventanal, pero cada músculo de su espalda estaba tenso como un cable de acero. Sabía que era ella. Solo ella se atrevía a violar su espacio de esta manera, con esa mezcla de temeridad y derecho que tanto lo exasperaba y... otra cosa que se negaba a nombrar.
—¿Eso es todo? —La voz de Olivia, cargada de una furia que traspasaba su habitual compostura, cortó el silencio como un cuchillo—. ¿Un portazo y fin de la discusión? ¿Creías que me quedaría callada después de tu espectáculo?
Alexander se volvió con lentitud deliberada, midiendo cada movimiento para no revelar la tormenta que rugía en su interior. Sus ojos, fríos como el acero, barrieron la figura de Olivia de pies a cabeza, registrando cada detalle: el rubor en sus mejillas, el brillo febril en sus ojos, la manera en que sus manos se abrían y cerraban a los costados del cuerpo.
—Pareces olvidar tu lu