Los dos días que siguieron al primer simulacro fallido fueron los más intensos que Olivia había experimentado desde su llegada a Blackwood Manor. Thorne, ahora con una frialdad aún más marcada, redobló la intensidad del entrenamiento. Ya no se trataba solo de comprender conceptos, sino de dominarlos hasta el punto de la automaticidad.
—No puede permitirse el lujo de pensar en la respuesta —le espetó Thorne durante una sesión de preguntas y respuestas relámpago—. Debe saberla. Su mente debe ser un índice perfecto. Si Charles le pregunta por el margen de beneficio del sector hotelero en el sudeste asiático, debe poder recitarlo mientras mantiene contacto visual y sonríe.
Olivia sentía que su cerebro era una esponja empapada en datos, al borde del colapso. Por las noches, soñaba con porcentajes y gráficas de barras. Incluso durante las comidas, que ahora tomaba sola la mayoría de las veces, repasaba mentalmente las estructuras accionarias y los términos financieros.
Alexander, por su par