El eco de los elogios de la gala se disipó tan rápido como el humo. A la mañana siguiente, Robert Thorne apareció en el desayuno con una carpeta que parecía contener el peso de todo el imperio Vance y una expresión que no admitía réplicas.
—Buenos días —saludó Olivia, sirviéndose té con una mano que apenas temblaba. La costumbre estaba empezando a tallarle una capa de estoicismo.
—Señorita Green. Señor Vance —Thorne depositó la carpeta sobre la mesa con un golpe sordo que resonó en el silencioso comedor—. La reunión trimestral de accionistas es en catorce días. Consideren que el reloj empezó a correr.
Alexander, inmerso en el Wall Street Journal, dio un leve asentimiento sin levantar la vista. —Proceda.
Olivia abrió la carpeta. La primera página era un organigrama que parecía una telaraña de nombres y porcentajes. "Estructura Accionarial de Vance Enterprises". Palabras como "participación mayoritaria", "acciones preferentes" y "junta directiva" nadaban frente a sus ojos.
—No entiendo