Maxime
Ella está allí, de rodillas frente a mí. Me envuelve. Me mece. Me susurra palabras como perdones. Ella cree en mí, todavía.
Y la dejo hacer.
La dejo creer.
Porque quisiera que fuera verdad.
Porque me gustaría ser ese hombre.
Ese que vuelve.
Ese que elige.
Ese que ama.
Pero no soy nada de eso.
Soy una ilusión que ella intenta mantener a flote. Una imagen demasiado pesada para ella.
Y yo me callo, porque el silencio causa menos daños que la verdad.
Ya no lloro.
No porque el dolor haya pasado.
Porque ha cambiado de nombre.
Se llama Léa.
Ella es la falla.
Ella es la luz también.
Aquella que no logro olvidar. Aquella de la que nunca supe escapar.
Incluso allí, en los brazos de Clara, aún la busco.
Un timbre de voz. Un destello de mirada. Un matiz en el perfume.
Pero ella no está.
Y Clara lo sabe.
Lo siento, en la tensión de sus gestos. En el silencio demasiado largo que sigue a mis lágrimas.
Ella tenía esperanza.
Quizás incluso estaba orando, interiormente.
Por un milagro.
Para que