Clara
El día avanza, pero sigue siendo gris. Un gris pegajoso, adherido a las ventanas, a las paredes, a la piel. No es una mañana que comienza, es un aplazamiento. Una espera. Una grieta en la rutina. El aire está quieto, como en apnea. Nada se mueve realmente, excepto el tiempo que se estira entre nosotros.
No hablamos. No gritamos. No explicamos más. Respiramos, lado a lado, como dos sobrevivientes de una misma tormenta. Dos almas arrugadas, aún húmedas de la tormenta. Siento su mano rozar la mía, de vez en cuando. Gestos vacilantes, fantasmas, casi involuntarios. No sabe qué hacer con ello. Yo tampoco. Pero está ahí. Como un recordatorio. Como una pregunta sin respuesta. Como una pulsación aún viva.
Me levanto, sin una palabra. Ir a la cocina nunca ha sido un acto tan cargado de significado. Me arrastro hacia allí como quien avanza hacia una escena del crimen: despacio, para no perturbar las huellas. Preparar un té se convierte en un acto casi sagrado. Un ritual de anclaje. Mido c