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Léa
La caja resbala entre mis dedos.
No es pesada. No realmente. Pero mis brazos tiemblan un poco.
No es fatiga.
Es otra cosa. Una onda invisible que recorre mi cuerpo, entre el miedo y la emoción.
Estoy de pie en el umbral de la casa.
Nuestra casa.
Maxime abre la puerta frente a mí, con ese gesto calmado y preciso que siempre ha tenido, como si supiera exactamente lo que hacía — mientras que veo bien en sus ojos que está tan conmovido como yo.
La madera cruje ligeramente bajo nuestros pasos.
El aire es un poco más fresco en el interior. Y hay ese olor particular — mezcla de pintura, polvo fino y promesas.
Él posa la mano en el marco de la puerta, luego se vuelve hacia mí.
“Bienvenida a tu casa.”
No respondo.
No puedo.
Miro a mi alrededor, las paredes desnudas, las ventanas inmensas, los destellos de luz que ya se posan en el suelo como presencias.
Es real.
Y irreal.
Dejo la caja en la entrada.
Y avanzo.
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Maxime
Ella camina como se entra en un sueño.
Sin prisa. Sin desconfianza