Léa
Era casi las veintitrés horas.
La noche había cubierto la ciudad con un silencio denso, punctuado por algunas sirenas lejanas y el suave golpeteo de la lluvia contra los cristales.
Estaba en mi cama, pero no realmente allí. Mi cuerpo descansaba, inmóvil, mientras mi mente flotaba en algún lugar entre el arrepentimiento, la espera y el cansancio.
Ya no lloraba.
No pensaba en volver a llorar.
Pero cada latido de mi corazón era una tensión silenciosa, un hilo tenso a punto de romperse.
Creía que no vendría.
Creía que todo había terminado.
Que no había nada más que decir.
Y, sin embargo... algo en mí resistía.
No la esperanza —no. Eso ya no.
Sino un instinto, quizás. Un recuerdo.
Y entonces, el timbre.
Un sonido nítido, extrañamente dulce en esta noche suspendida.
Mi corazón dejó de latir por un segundo.
Luego volvió, desordenado.
Permanecí inmóvil.
Solo unos segundos.
Pero lo suficiente para sentir lo que un simple "ding" podía despertar.
El miedo. El impulso. La ira. La falta.
Cuand