Léa
El jardín había vuelto a ser silencioso.
Como si recuperara el aliento después de tantos corazones latiendo, de palabras susurradas y recuerdos despertados.
Camille se había ido.
Su sombra se había desvanecido lentamente en el halo dorado de la noche, y su sonrisa temblorosa aún permanecía en el aire, como una última nota sostenida.
Me había abrazado fuerte. No para decirme adiós, no. Para decir que comprendía. Que me devolvía mi lugar.
Que me amaba.
Mi padre también.
Tenía la mirada un poco perdida, como si buscara a la niña que aún había sido unos momentos antes. No me había hablado — no lo necesitaba. Sus brazos a mi alrededor fueron suficientes.
Y sentí su frente contra mi cabello, su aliento en mi sien, ese suspiro que no había reprimido.
Luego Maxime apagó lentamente las guirnaldas.
Una a una, las luces parpadearon, titilando, y luego se apagaron, como luciérnagas cansadas.
Sopló las velas en silencio, recogió los vasos, los platos, los manteles arrugados. Con esa minuciosid