Léa
No sé cómo aún me sostienen las piernas.
La puerta se cierra detrás de mí, pero el ruido resuena en mí como un trueno. Bajo las escaleras sin volverme. Me ahogo. El aire del apartamento se ha convertido en veneno, y necesitaba huir antes de asfixiarme de verdad.
La lluvia me recibe a la salida del edificio. Fina, helada, se desliza sobre mi piel como una respuesta muda a lo que acabo de vivir. Hubiera querido que me retuviera. Que dijera mi nombre de otra manera, sin esa voz rota. Hubiera querido que supiera qué hacer.
Pero él se quedó allí. Perdido. Silencioso.
Y ahora, camino por las calles empapadas sin saber adónde ir. Podría llamar a Inès. Podría tomar un tren. Podría... desaparecer, solo un momento. Pero no tengo fuerzas.
Lo que siento es esa grieta, inmensa, abierta, entre lo que imaginaba y la verdad. Y, sin embargo, a pesar de todo, no logro odiarlo. ¿Es eso amar a alguien? Amarles incluso cuando duele?
Me detengo bajo el toldo de un café aún cerrado. Me apoyo, con la mir