Maxime
Me quedé sentado mucho tiempo después de su partida.
Demasiado tiempo, sin duda. Suficiente para que la luz disminuyera y el frío se filtrara a través de mi ropa. Suficiente para que los pensamientos tomaran la forma de un maremoto silencioso.
El banco era duro, incómodo. El cielo, inmenso, de un azul gris que se apagaba a medida que pasaban los minutos. Y yo, en medio de todo eso, era ese punto fijo que ya nada unía a nada.
No me movía porque no tenía a dónde ir. Porque cada dirección me llevaba de regreso a ella. A Léa.
Ella se había ido como había venido: erguida, digna, abrumadora de verdad. Me había dicho las cosas como eran, sin adornos, sin intentar suavizar. Había depositado esa verdad desnuda entre nosotros, y luego se había ido.
Y yo, me quedé con ese latido nuevo en el pecho.
Un suspiro. Un vértigo.
No era solo la noticia. No era solo esa palabra — padre — que resonaba en mis huesos como una campana lejana. Era lo que había detrás. Lo que había callado demasiado tiem