Léa
Me quedé sola, sentada en el sofá, mucho después de su partida. El silencio se había cerrado como una losa sobre la habitación. Demasiado denso. Demasiado pesado. Demasiado real.
Todo parecía suspendido. Como si el tiempo mismo contuviera el aliento. No había más gritos, no más latidos furiosos, no más ilusiones. Solo esta verdad cruda que aún permanecía en el aire, como un residuo amargo en la lengua.
Puse una mano sobre mi vientre, por reflejo. Como para recordarme lo que llevaba en mí. Como para decirle, a ese pequeño ser apenas perceptible: Estoy aquí. Aguanto. No me muevo. Aunque todo a mi alrededor titilee.
No sabía si estaba aliviada o aniquilada. Era sin duda una mezcla de ambas. Un extraño vértigo entre lucidez y dolor.
Había sido honesto. Brutalmente honesto. Y dolía. Pero lo necesitaba. Porque se necesitaba eso, esta claridad, incluso si era cortante. No quería ser más aquella a quien se le oculta. Aquella a quien se le miente para “protegerla”. Estaba embarazada. En pl