El dojo está a recién pintado, reluciente y oliendo a mezcla de incienso con pintura fresca y café —porque Tenzin, como buen monje moderno, no se resistía a un buen capuchino, expreso o mocachino para ofrecer a los adultos presentes.
Suzy camina de un lado al otro, revisando que las cámaras de los periodistas estuvieran bien ubicadas, que los profesores estuvieran listos y que Tenzin no estuviera más nervioso de la cuenta.
Las puertas del dojo de Suzy se abrieron por primera vez, y la emoción era evidente. Las cámaras de los periodistas estaban alineadas en el salón más grande, y los flashes iluminaban el espacio mientras Suzy posaba con una gran sonrisa para las fotos.
Lleva un elegante conjunto deportivo, algo que nunca imaginó que usaría, pero para ese día había decidido sumergirse en el mundo del dojo con estilo.
—¡Sonríe, Suzy! ¡Más grande! —grita Amelia, su asistente, mientras hacía ajustes en la cámara de su teléfono.
Suzy intentó sonreír de la manera más profesional posible, p