El karma en los días felices
La pintura fresca todavía olía una promesa ya futuro. Tenzin había pasado toda la tarde armando la cuna, colgando cortinas con estampados de nubes y estrellas, y aplicando la última mano de pintura en una suave tonalidad verde agua.

—Esto sí que es más duro que una clase de sparring —murmuró, bajando de la escalera con un suspiro, todo sudado, con una mancha de pintura en la mejilla.

Desde el umbral, Suzy lo observaba con una sonrisa divertida y los brazos cruzados sobre su barriguita ya pronunciada. Su vestido de algodón ceñía su figura, dejando entrever las curvas acentuadas por la gestación.

—Te ves… delicioso —dijo sin rodeos, mordiéndose el labio inferior.

Tenzin se giró, con la ceja levantada.

—¿Perdón?

—Dije que estás sudado, sí. Pero también que me encantas así. Todo rudo, todo hombre de familia, todo mío —dio un paso hacia él.

Él la miró de pies a cabeza y dejó caer el trapo que tenía en la mano.

—Voy a darme una ducha.

—Yo te espero —dijo ella, muy segura, y
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