5- Zuke, la Humana sobreviviente.

Su poder le había impedido crecer como un niño lobo normal, con limitaciones extremas, entrenamientos agotadores y encierros que habían moldeado su carácter, volviéndolo incapaz de sentir afecto por nada ni nadie. Ni siquiera consideraba a sus compañeros del grupo como amigos; para él, eran simplemente lobos que le servían. Sin embargo, nadie debía pensar en arrebatarlos. Quizás por eso, a pesar de los intentos de su hermana por acercarse, Casius era incapaz de mostrar aprecio hacia ella.

Arabella medía un par de centímetros más que Casius y también era más blanca que él. Siempre vestía como un hombre, usando trajes y jeans ajustados con camisas. Si la vieran de espaldas, podrían pensar que realmente se trataba de un hombre. Incluso en lugares más informales, mantenía un aura de seriedad y formalidad.

Su cabello negro era lo único que difería de ese aspecto, llevándolo tan largo que llegaba a la mitad de su espalda, siempre recogido por un lazo más oscuro que el color de la camisa que llevaba ese día. Por otro lado, Casius llevaba un traje negro con una camisa azul. Rara vez usaba corbata, y cuando lo hacía, siempre era blanca. Le gustaba resaltar lo que no utilizaba para que los demás lo notaran.

Casius siempre reflejaba sus poderes a través de sus ojos, que eran rojos, como el fuego o la lava. Controlaba perfectamente el poder del fuego, solo necesitaba chasquear los dedos para incendiar todo a su paso. En cambio, Arabella tenía un ojo verde, tan claro como un prado verdoso en plena primavera, lo que le permitía controlar la tierra y las plantas. En el otro lado de sus ojos, predominaba el azul, otorgándole el poder de dominar el viento. A diferencia de Casius, ella era más abierta y empática con los demás. Trataba a todos por igual, ya fueran rewops, lobos ordinarios o simples humanos. Siempre buscaba asegurar la armonía y el bienestar de su pueblo, aunque en algunas ocasiones pareciera casi imposible.

— ¡Darién!... Encárgate de asegurar las vidas de la familia de nuestra manada. Solo espero que Arabella vuelva muy pronto. —bufó Casius con voz baja, mientras Darién permanecía a su lado. El joven lobo sabía que la presencia de Arabella era de suma importancia en la manada, al igual que la del Alpha.

A unos kilómetros de ellos, vivía una pequeña aldea cuyos habitantes se dedicaban al cultivo de hierbas medicinales y viñedos de uvas. Eran simples humanos, algunos de los pocos que conocían la existencia de hombres lobo en esas tierras compartidas. Mientras realizaban sus labores matutinas, fueron atacados de manera sorpresiva por seres que se movían increíblemente rápido.

Al percatarse del desastre en el viñedo, algunos intentaron huir desesperadamente. Gritos, llantos y una clara desesperación llenaban el aire mientras intentaban ocultarse, pero nada podía salvarlos de aquellos seres extraños sedientos de sangre.

La aldea quedó devastada, y una joven mujer logró sobrevivir con una herida casi mortal, debilitándola hasta el punto de acelerar su corazón. Mientras huía, cayó en un pozo lleno de agua. Con un rasguño que la hacía desangrarse lentamente, intentó ocultarse bajo el agua. A pesar del riesgo de ahogarse, prefería morir sumergida antes que convertirse en presa de aquellos monstruos.

Zuke esperó hasta donde pudo, y cuando sintió que ya no podía contenerse, nadó hasta la superficie del pozo. Respiró profundamente mientras llevaba aire a sus pulmones. Desde su posición, no podía escuchar más gritos; era evidente que todos habían muerto, incluyendo a sus hermanos y padres que trabajaban allí junto con muchos otros. Aunque no le agradaba pedir ayuda a los lobos que vivían cerca, eran los únicos que podían ayudarla en ese momento.

Nadó hacia las paredes del pozo, intentando trepar por ellas. Lentamente y con mucho esfuerzo, logró subir, agarrándose de las raíces y el lodo. Sin embargo, cuando pensó que lo lograría, volvió a caer al agua. La salida parecía sin posibilidad de éxito, lo cual perturbaba a la joven humana. Sabía que, si no lograba salir de allí, corría peligro de morir ahogada o por infección, ya que las aguas del pozo estaban contaminadas con desperdicios del viñedo.

Zuke era persistente y siempre se esforzaba por lograr sus objetivos. No quería morir en un pozo lleno de desperdicios, así que intentó trepar por las paredes nuevamente. Después de haber resistido todo lo que pudo, finalmente salió de aquel lugar horrendo.

Pero lo que vio la dejó aún más perpleja. Ver a todos sus amigos tendidos en el suelo, masacrados, dolía más que su propia herida. En ese momento, recordó a sus padres y hermanos. Avanzó con dificultad, buscándolos entre el desastre. Niños y mujeres sin vida yacían delante de ella, dando una idea de lo que tuvieron que enfrentar. Era casi imposible encontrar a su familia con vida, pero aun así, la buscaba. La mínima esperanza de encontrarlos se resistía a desaparecer, y Zuke no quería aceptar que podía haber perdido a toda su familia.

Mientras caminaba entre aquellos cuerpos, un dolor la atravesaba lentamente, como un hierro caliente. Ver a cada uno de sus amigos sin vida le provocaba lágrimas que recorrían su rostro lastimado, lleno de rasguños.

Un ruido la alertó, y rápidamente se escondió. Afortunadamente, encontró un buen escondite desde el cual pudo observar a uno de esos monstruos. Cuanto más se asomaba por la rendija de los matorrales, más perpleja quedaba. Lo que presenciaba era desagradable: el monstruo desmembraba un cadáver, revolviéndole el estómago. Cerró los ojos para tratar de reprimir sus emociones, sintiendo que le faltaba el aire y con la respiración acelerada.

El monstruo se detuvo, desvió su rostro y miró hacia el lugar donde se encontraba Zuke. Ella llevó sus manos a la boca para evitar ser escuchada. Al observar con detenimiento, se dio cuenta de que el cuerpo pertenecía a su hermano. La desesperación y la impotencia la acechaban, al igual que aquellos seres que los atacaron sin contemplaciones. Un gruñido agudo resonó, y los monstruos corrieron hacia aquel sonido aterrador.

Después de esperar el tiempo suficiente en su escondite, Zuke salió y se acercó al cuerpo de su hermano. Las lágrimas eran visibles en sus ojos mientras tomaba las manos de quien fue su hermano, desahogándose como cualquier humano lo haría. El dolor la abrumaba, parecía que era el fin para ella, aunque aún estaba viva. El dolor no le permitía tener pensamientos claros. ¿Qué debía hacer ahora? Una pregunta que una humana como ella debería formular, pero en el estado en que se encontraba, nada de eso importaba.

Zuke se secó las lágrimas para levantar la vista y observar a su alrededor. Era una verdadera catástrofe. No era seguro quedarse allí, ya que pronto oscurecería y no sabía si aquellos seres regresarían. La única opción era dirigirse a la aldea más cercana para buscar refugio y alertar a sus habitantes. Con suerte, la recibirían y podría asegurar su vida.

En medio de la nada, esa humana que por una especie de suerte divina logró sobrevivir a los ataques de aquellos seres despiadados. La herida que le hicieron estaba avanzando, y el dolor era tan intenso que, de vez en cuando, se veía obligada a detener su caminar para descansar. Aun así, persistía en su camino, sin saber por cuánto tiempo había estado errando por esos bosques. Lentamente, la oscuridad de la noche se posaba sobre las tierras.

Un aullido captó su atención, y ella se quedó parada para dirigir su rostro en esa dirección. Estaba segura de que era allí donde debía ir. Caminó en esa dirección sin dudarlo, pero una rama la golpeó en la mejilla, dejándole un rasguño más. A medida que avanzaba, su visión se volvía borrosa, evidencia de la fiebre que la estaba afectando. Parecía que no podría llegar a la aldea, o eso pensaba ella.

Cuando estaba dando un paso más adelante, no pudo dominar su cuerpo y finalmente cayó inconsciente en medio del bosque. Había dado todo lo que podía para buscar ayuda, pero su estado no la había ayudado en nada. Totalmente agotada, Zuke se desvaneció en medio del bosque, y el olor a sangre humana llegó al olfato de un lobo que merodeaba el lugar.

« ¿Qué es este olor tan particular? ¡Sangre!... Es la de una humana», se decía a sí mismo Darién. Pronto, no solo él se percataría de ese distintivo aroma. Con el rumor que rondaba sobre los monstruos, aquel lobo no dudó en ir a verificar la fuente de ese olor. Mientras se acercaba al lugar, un rugido aterrador captó la atención de ese joven lobo.

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