4- Un reencuentro entre Alphas.

Los demás, que eran sus amigos, también la observaban detenidamente. Era como si la estuvieran marcando para luego acecharla y acabar con ella en manada.

Esto no le sorprendía, ya que ellos también lo hacían con frecuencia. Cuando sentían que eran agraviados, Zander dirigía a sus hombres para atacar. En una ocasión, Zander empujó al lobo intruso que acababa de llegar a la manada, provocando un alboroto. Lo curioso era que ella, la única ajena a la realidad, no sabía que aquel lobo no era un vecino común; nunca se había preguntado quiénes eran o de dónde venían. Desconocía por completo la vida y el círculo íntimo de Zander.

Para ella, su familia era su manada, y su lealtad estaba con ellos, así como la lealtad de Carri estaba con la manada Rair. Cualquier amenaza contra esa manada era considerada un ataque a ella misma y a su familia.

Lo más crucial para aquella loba, sin familia ni manada, era la lealtad. Había desarrollado esta mentalidad desde la trágica muerte de toda su familia; desde entonces, era leal a sus propias convicciones y estaba dispuesta a pelear e incluso sacrificarse por esa lealtad. Esta devoción la llevó a ganarse el cariño de Zander. El primer encuentro entre ambos ocurrió cuando ella salvó la vida de Jair, momento en el que Zander reconoció su singularidad como una loba leal e incapaz de traicionar a quienes le importaban.

—Aska… Ser mi medio hermano no te otorga el derecho de irrumpir en mi manada e imponer que te respeten — Dijo Zander. Carri escuchó atentamente esas palabras. En un instante, una corriente eléctrica recorrió cada centímetro de su débil cuerpo.

«¡Estoy acabada!... Oh, dios, Carri, tú no aprendes en absoluto», Pensaba ella.

— ¿Has dicho hermano?... ¿Este sujeto es un Alfa? —Carri pregunta, consternada e incrédula ante lo que estaba escuchando. Zander y los demás fijan sus ojos en ella, viendo a una joven en serios problemas y con un gran temor reflejado en sus ojos.

—Ah, como no me lo imaginaba esto… Supongo que no le has contado que somos hijos del antiguo Alpha de esta manada. ¿Aún te comportarás arrogante delante de mí? — Indago Aska. Zander estaba apenado por ella, pero no permitiría que su hermano la atacara ni mucho menos que la castigara.

—Luke… Lleva a mi invitada a mi residencia. Y quédate con ella, ¿has entendido? —ordeno Zander. Luke, sin decir absolutamente nada, lleva a Carri consigo. Mientras se alejan del lugar, los otros lobos sonreían como si estuvieran presenciando algo cómico, dejando a la omega insegura de sí misma.

—Muy bien… Dime ¿Qué te trae por estas tierras? —pregunta Zander. Mientras que se acerca delante de una silla y se sienta en ella junto al fuego. Lentamente, todos los lobos de la manada de Zander se van dispersando. No deseaban seguir allí, escuchando las conversaciones de aquellos dos jóvenes que después de mucho tiempo se volvieron a reunir.

— ¡Siempre directo!... Tranquilízate hombre, no vine a pelear, sino a pedir tu ayuda con algo más — expresó Aska. Zander queda asombrado ante las palabras de Aska. Lo conocía muy bien, solo si es algo que no estuviera a su alcance se atrevería a pedir ayuda.

— ¿Qué sucede?... Al ver tu expresión es algo molesto— Aska queda en silencio. Se decía que el silencio era una afirmación de lo que uno se niega a responder, eso era el caso de Aska.

—Bueno… Mi manada y yo estamos sufriendo acosos por parte de las fuerzas de las capas rojas. Se suponía que se habían retirado de los territorios de los Alpinos, pero una aldea vecina fue desbastada por una fuerza desconocida en una sola noche. — manifestó Aska. A medida que Zander escucha las explicaciones de Aska, siente que algo muy, pero muy grande, se acerca hacia ellos.

Mientras Zander se enteraba de los extraños sucesos en los territorios vecinos al oeste del reino Sheridan, no tenía idea de que apenas comenzarían a conocer muchos casos similares al que Aska le estaba comentando.

La manada vecina, ubicada al norte, también estaba siendo atacada. Al parecer, la hora propicia era la noche, y nadie quedaba vivo para contar sobre esos ataques. Los responsables se aseguraban de no dejar a nadie con vida; las personas desaparecidas nunca eran encontradas nuevamente. Esto solo aumentaba los rumores de que los de las capas rojas habían regresado para reclamar su autoridad en cada rincón del reino.

Los pequeños pueblos, distantes de la manada Damon, recibían informes de los recientes acontecimientos en sus territorios. No tenían enemigos conocidos que buscaran su destrucción, mantenían buenas relaciones con otras manadas, y la idea absurda de que los turistas fueran los responsables parecía inverosímil.

El temor comenzaba a extenderse por la manada Damon, y sus miembros pedían a su Alpha que los protegiera antes de ser atacados. Sin embargo, ¿quién o qué eran aquellos seres capaces de masacrar toda una aldea? Todos se hacían la misma pregunta, pero no tenían una respuesta clara, solo sospechas, rumores y leyendas que alimentaban el miedo en el reino.

— ¡Mi señor, la manada pide una audiencia con usted! —expresó Darién. Casius soltó la pluma y lo miró directamente a los ojos.

— ¿Qué sucede con nuestra gente?... — Indago preocupado desde donde se encontraba el Alpha de aquella manada, Casius podía escuchar cómo una multitud se dirigía hacia su residencia. A pesar de su fama, nunca estaba acompañado. A Casius no le gustaba estar rodeado de muchas personas, a pesar de ser líder de su manada, evitaba estar en medio de la multitud.

Arabella, su única hermana, era la encargada de escuchar las inquietudes de la manada. Sin embargo, en esos momentos, Arabella estaba en una importante misión dirigiéndose a las tierras del Alpha Beast.

—Vamos. Veamos qué quieren… Por cierto, dame la daga, por si acaso. Uno nunca sabe cuándo nos será útil. —Dijo Casius. Darién asintió y sacó la daga del cajón del escritorio, entregándosela a su Alpha. El joven guerrero sabía que Casius no estaba de acuerdo en enfrentarse a la multitud, pero esta vez tendría que hacerlo. Era su deber y necesitaba escuchar a su gente, y eso lo entendía perfectamente.

— ¡Alpha, reciba nuestros saludos!... Estamos aquí para pedir que nos proteja de aquellos seres despreciables que han atacado a los reinos cercanos de Terrasen — dijo Laurent que vivía con ellos por mucho tiempo. Mientras uno de los habitantes hablaba, Casius observaba atentamente cada gesto. Desde su posición, podía sentir el temor palpable que habitaba en ellos.

—Laurent, levántate… Créanme, no hay nada que deban temer. —Casius intentaba calmar el miedo que embargaba a su pueblo. Sin embargo, nunca imaginó que un simple rumor podría convertir la seguridad de su gente en un temor que los hiciera parecer inferiores. La actitud de su gente solo enfurecía a Casius.

—Pero señor... pedimos clemencia, no temo por mí, sino por mis hijos y mi esposa. Señor… Le suplico que haga algo, antes de que seamos los próximos en ser atacados —dijo Reik otro habitante con voz temblorosa. Detrás de él estaban sus hijos y su joven pareja, todos con la mirada en el suelo.

—Está bien, me encargaré de enviar a sus parejas e hijos a un lugar más seguro. Pero ustedes se quedarán conmigo y nos prepararemos para la batalla que dicen temer tanto —al decir esto, Casius observa con asombro que su pueblo vuelve a arrodillarse ante él, demostrando que harían lo que su líder estaba diciendo.

— ¡Oh, gracias, mi Alpha!... Haremos lo que sea para protegerlo y proteger a nuestra manada —mencionó uno de los hombres que estaban detrás de Laurent. Estaba claro que harían cualquier cosa para proteger a sus familias.

Casius, al igual que su hermana, aún no había encontrado a su compañera de por vida. En el caso de Casius, esperaba no encontrarla; no deseaba debilitarse por ese sentimiento. Para Arabella, era lo contrario; pensaba que encontrar a su pareja solo la fortalecería más. Deseaba experimentar ese sentimiento que no era solo amor, sino un vínculo que toda loba anhelaba tener.

Tanto Arabella como Casius eran rewops, y nadie en esa manada sospechaba la verdadera identidad de los hermanos lobos. Ambos sabían cómo ocultar sus verdaderas naturalezas. Su poder, el fuego, más que una bendición, era una maldición, ya que Casius aborrecía todo lo relacionado con esos dones debido a su incapacidad para controlarlos.

Normalmente, los rewops nacían con dos poderes, manifestados en ojos de diferentes colores. Sin embargo, Casius tenía ambos ojos del mismo tono rojo ardiente que se encendía cada vez que se alteraba. Debía llevar un limitador de poder, un pendiente que le permitía controlarse, al menos mientras pudiera aguantar, ya que había roto varias docenas de ellos al perder el control o enfurecerse. El que llevaba ahora había durado más tiempo que los anteriores, un récord para él.

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