El sol de Karnak, siempre implacable, se cernía sobre el gran templo, pero dentro de la Cámara de los Textos Silenciosos, la atmósfera era fría y tensa. Neferet se había sumergido en sus papiros, había descubierto que ese “tesoro” que buscaba el Visir era nada más y menos que el “Corazón de Obsidiana”. Ahora tenía que buscar más información.
No solo ella sentía esa urgencia. Nekhbet, el sacerdote oportunista y espía del Visir, había incrementado su vigilancia. Nekhbet se había convertido en una sombra constante en el templo. Sus ojos, astutos y penetrantes, seguían cada movimiento de Neferet y de la joven acólita Isis. Había un tic nervioso en la esquina del ojo de Nekhbet, una señal de su creciente frustración. Sabía que Neferet seguía comunicándose con el exterior, pero no lograba descifrar cómo. Los guardias del templo, sobornados por él, reportaban una obediencia absoluta. Era imposible.
Una mañana, mientras Neferet revisaba un antiguo tratado sobre la purificación del Nilo, sinti