En la intimidad discreta de los aposentos de Meryre, lejos de la incesante vigilancia del Visir, un silencio tenso se había apoderado de la estancia. El anciano Maestro Escriba y el Capitán Hesy estaban inclinados sobre el mapa fluvial de Huni, la pequeña lámpara de aceite en el centro de la mesa apenas necesaria bajo la luz que se colaba por las rendijas del techo. El papiro, delgado y gastado por el tiempo, revelaba un laberinto de líneas tortuosas, símbolos enigmáticos y nombres de calas y remansos desconocidos para los navegantes comunes.
Hesy, con los dedos ásperos, trazaba las líneas del Nilo, mientras Meryre, con sus ojos sabios, descifraba los jeroglíficos crípticos de Huni. Habían pasado horas desde que Hesy había regresado de su encuentro con Sennefer, y la nueva información había añadido una capa más de urgencia a su ya precaria situación. El mapa no era solo una prueba de contrabando; era una hoja de ruta hacia la oscuridad.
—Estas marcas, aquí… —murmuró Hesy, señalando un