La noticia de la muerte de Bek, un accidente conveniente, se extendió por la prisión como una enfermedad silenciosa. Menna escuchaba los susurros de los guardias, las expresiones de falso pesar. La hipocresía del visir era un veneno que corría por las venas de Giza.
Horas después, el Capitán Hesy apareció en la celda de Menna. Esta vez, su rostro no mostraba la habitual impasibilidad; había una sombra de furia fría en sus ojos. Se sentó frente a Menna, observándolo con una intensidad que era casi un reproche.
—Arquitecto Menna —dijo Hesy—. La noticia de la muerte de tu capataz, Bek... ha llegado a mis oídos. El Faraón ha sido informado de un trágico accidente en el puerto.
Menna levantó la vista, sus ojos fijos en los de Hesy. —No fue un accidente, Capitán. Fue un asesinato. El visir lo mató. Porque Bek estaba buscando la verdad.
Hesy asintió lentamente. —Mis propios informantes me han dicho lo mismo. Bek fue visto cerca de los almacenes del puerto. Preguntando. Y luego... lo encontra