En la oscuridad opresiva de su celda, Menna se acercó a la pared fría que lo separaba de Bek. Sus nudillos rozaron la piedra con el antiguo código de los canteros. Tres toques lentos, una pausa, dos rápidos. La respuesta tardó en llegar, un eco débil, casi imperceptible, de la celda contigua.
—¿Bek? —susurró Menna contra la piedra, aunque sabía que su voz no podía cruzar el muro.
El rasgueo volvió, esta vez con una secuencia más compleja, un mensaje interrogativo. Bek le preguntaba si Hesy le dio algún tipo de información. Menna transmitió su respuesta: las pruebas de Khafre estaban a salvo con Hesy. Y la clave era Huni.
La comunicación a través de la pared era lenta y laboriosa, cada toque una palabra, cada secuencia una idea. Menna le explicó a Bek lo poco que sabía de Huni: que había sido despedido abruptamente por el visir justo antes de que Khafre tomara su lugar, que era un hombre de hábitos meticulosos, obsesionado con los detalles.
—Bek —rasgueó Menna en la pared—. Hun