—Llevad a estos hombres a los aposentos de los visitantes —ordenó Horemheb finalmente, su voz recuperando su tono autoritario—. Proporcionadles alimento y agua. Que nadie se atreva a decir una palabra sobre esto a nadie fuera de estas paredes.
Los guardias asintieron y escoltaron a Bek y a sus compañeros. Justo antes de que Bek desapareciera por el pasillo, sus ojos vagaron por el patio. Por un instante, parecieron encontrarse con los de Neferet, a pesar de su escondite. Ella no estaba segura de si la había reconocido, pero en su mirada había una chispa de súplica, de búsqueda desesperada.
Horemheb, por su parte, se quedó de pie en el patio, pensativo, su rostro más sombrío que de costumbre. La noticia que Bek había traído era explosiva, y Neferet sabía que cambiaría el delicado equilibrio de poder en la corte. El visir, intocable hasta ahora, acababa de ser acusado de un crimen atroz.
Esa noche, Neferet apenas pudo conciliar el sueño. Las palabras de Bek resonaban en su mente: "malversación", "accidentes", "el arquitecto Menna es el único que puede hacer algo". Se sentía culpable por haber dejado a Menna en esa situación, aunque su partida había sido por protegerlo.
A la mañana siguiente, mientras el sol apenas asomaba sobre los pilares del templo, Neferet decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Se dirigió sigilosamente a los aposentos de los visitantes, esperando encontrar a Bek solo. Lo encontró sentado en el patio, a primera hora, observando el Nilo.
—Bek —dijo Neferet, su voz suave para no sobresaltarlo.
El capataz se giró bruscamente, sus ojos abriéndose con sorpresa.
—¡Neferet! —exclamó, poniéndose de pie de un salto—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo...?
—El visir me exilió a Karnak —interrumpió ella, acercándose—. Lo hizo para separarme de Menna. Pero eso ahora no importa. Cuéntame todo. Cada detalle. ¿Qué está pasando realmente en Giza?
Bek la miró, el alivio y la desesperación mezclados en su rostro.
—Oh, Neferet, es terrible. El visir ha tomado el control de la obra. Menna... Menna intenta oponerse, pero no puede. El visir ha reemplazado a muchos de nuestros hombres leales con los suyos. La gente está sufriendo. El Faraón no lo sabe. Y ahora, el visir ha acelerado la construcción hasta un punto peligroso. Es un caos.
—Pero ¿y la malversación? —preguntó Neferet, su corazón latiéndole fuerte—. ¿Estás seguro de eso?
Bek asintió, su rostro sombrío.
—Lo he visto con mis propios ojos. Cuentas alteradas, envíos de piedra que desaparecen. El visir está desviando recursos para sus propios fines. Y Menna... ha estado investigando en secreto. Él sabe que algo anda mal, pero no tiene pruebas suficientes para acusar al visir sin arriesgar su vida. Necesita ayuda, Neferet. Desesperadamente.
La información de Bek fue un golpe devastador. El visir no solo era ambicioso, sino un traidor. Y Menna estaba en peligro, no solo por su amor prohibido, sino por su integridad y su lealtad al Faraón. Neferet sintió una oleada de determinación. Ya no podía simplemente ser una escriba exiliada. Tenía que actuar.
La conversación con Bek había encendido una chispa en Neferet, una mezcla de terror y determinación. La imagen de Menna, luchando solo contra la avaricia del visir, la carcomía. No podía quedarse de brazos cruzados. Mientras el sol ascendía, bañando el vasto templo de Karnak con una luz dorada, Neferet sentía la urgencia de actuar, pero la cautela de su naturaleza le decía que un paso en falso podría condenarlos a todos.
Se dirigió a su mesa, intentando concentrarse en sus deberes, pero las palabras de Bek resonaban en su mente. De pronto, la sombra familiar de Horemheb se cernió sobre ella. El escriba principal no dijo nada al principio, simplemente la observó con sus ojos penetrantes.
—Neferet —dijo finalmente Horemheb, su voz inusualmente suave, casi un susurro—. He notado tu... conversación con el capataz de las canteras.
El corazón de Neferet dio un brinco. ¿La había visto? ¿O el templo tenía más oídos de los que imaginaba? Mantuvo su rostro impasible.
—Sí, mi señor. El capataz Bek me trajo noticias de Giza. Parece que hay... dificultades en la construcción de la pirámide.
Horemheb asintió lentamente, sus ojos fijos en ella.
—"Dificultades" —repitió, con un tono que denotaba que conocía la verdad—. Bek es un hombre leal. Y valiente. No cualquiera se atrevería a traer tales acusaciones a un lugar tan sagrado.
Se sentó en el banco de piedra frente a la mesa de Neferet, un gesto inusual en el distante escriba principal.
—Debes saber, Neferet, que la ambición del visir no es una novedad para mí. He observado sus movimientos, sus redes de influencia, su creciente poder en la corte. Su mano se extiende más allá de lo que el Faraón imagina.
Neferet lo miró fijamente. Esta era una revelación inesperada. Horemheb, el inflexible guardián de Karnak, no era ajeno a las intrigas de la corte.
—¿Usted sabía...? —comenzó Neferet, sorprendida.
—He tenido mis sospechas —la interrumpió Horemheb—. Los informes que llegan de Giza, los números... no cuadraban. He estado recopilando información, pacientemente. Como un cazador que acecha a su presa.
Una pregunta crucial se formó en la mente de Neferet.
—¿Y por qué me lo dice ahora, mi señor? ¿Por qué esta confesión?
Horemheb la miró, su expresión por fin revelando algo más que la habitual severidad: había una mezcla de cautela y una astuta inteligencia en sus ojos.
—Porque el visir es una amenaza para el imperio, Neferet. No solo para las arcas del Faraón, sino para el equilibrio sagrado que los dioses han establecido. Y su codicia es una mancha en el buen nombre de Amón-Ra.
Se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz bajando aún más.
—Sé que te enviaron aquí para separarte del arquitecto Menna. Sé de vuestro... apego. Y sé que el visir ve en Menna un obstáculo para sus planes. Lo he visto. Él es un hombre íntegro, un constructor de visión, no un manipulador.
Neferet sintió una punzada de esperanza. ¿Podría Horemheb ser un aliado?
—¿Qué... qué se propone, mi señor? —preguntó Neferet, su voz apenas un susurro.
—El visir es poderoso, pero no invulnerable —dijo Horemheb, sus ojos brillando con una determinación fría—. Sus crímenes contra el Faraón son graves. Pero las acusaciones de un capataz y la intuición de un escriba no serán suficientes. Necesitamos pruebas irrefutables. Documentos. Números. Los pergaminos que demuestren sus desvíos.
Neferet comprendió. Era lo que Menna había estado buscando.
—Menna ha estado intentando recopilar esa información en Giza —dijo ella—. Pero es peligroso. El visir lo tiene vigilado. Ese capataz dijo que ese arquitecto estaba rondando en los caminos hacia Karnak. Pero creo que es una treta, para despistar a los leales del visir. Menna aún sigue en Giza.
—Lo sé —asintió Horemheb—. Por eso él necesita ayuda. Y tú, Neferet, estás en una posición única para proporcionársela. Tu mente es aguda, tu memoria infalible. Has manejado los registros de Giza. Sabes dónde buscar.
Una ola de posibilidades se abrió ante Neferet. Horemheb no solo era un aliado, era un hombre con influencia y conocimiento de las intrigas de la corte. Su apoyo, aunque silencioso, era invaluable.
—Pero estoy aquí, mi señor —dijo Neferet, el desaliento asomando en su voz—. Lejos de Giza, lejos de los registros que necesito.
Horemheb esbozó una media sonrisa, una expresión que rara vez se veía en su rostro.
—Las redes de Karnak se extienden más allá de lo que crees, Neferet. Y los escribas tienen una forma de comunicarse que trasciende las distancias. Necesitaremos un intermediario. Alguien de confianza. Y un plan. Un plan que el visir jamás esperaría.
Se levantó de nuevo, su figura imponente.
—Piensa en ello, Neferet. Tú y el arquitecto Menna. Ambos sois piezas importantes en este juego. Y ahora, tenéis un aliado. Pero debemos ser astutos. La serpiente es lista, y sus colmillos son venenosos.
Mientras Horemheb se alejaba, Neferet se quedó sentada, con el corazón latiéndole fuerte. La melancolía que la había acompañado desde su partida de Giza se disipaba, reemplazada por un renovado sentido de propósito. Tenía un aliado inesperado, un plan en ciernes, y la posibilidad de ayudar a Menna. La balanza del destino comenzaba a inclinarse.
El aire en Karnak, que antes Neferet sentía como un bálsamo de paz engañosa, ahora vibraba con una electricidad palpable. La revelación de Horemheb había encendido una chispa de esperanza, pero también de peligro. Si el escriba principal estaba dispuesto a actuar contra el visir, era porque la situación era grave, y los riesgos, enormes. Neferet se sumergió en sus deberes con una intensidad renovada, pero su mente no dejaba de idear un plan, una forma de comunicarse con Menna sin alertar al visir.
Mientras tanto, la maquinaria del templo de Amón-Ra seguía su curso inexorable.