El Capitán pasó la noche en vela, repasando cada detalle de la información que había recopilado. La pista de Huni era ahora más vital que nunca. La casa de escriba cerca del mercado de pescado, con su viejo árbol de acacia, era el único camino a seguir. Pero la vigilancia del visir sería implacable. No podía permitirse un error.
Al amanecer, Hesy se dirigió a las estribaciones del palacio, donde se encontraban los aposentos de los funcionarios de menor rango. Buscaba a un hombre: Imhotep el Joven. No el Sumo Sacerdote, sino un escriba de mediana edad que había servido bajo varios visires y que, a pesar de su posición modesta, tenía una red de informantes que pocos conocían. Imhotep el Joven era un hombre de secretos, un observador silencioso de los hilos que movían la corte.
Hesy encontró a Imhotep el Joven en su pequeño jardín, podando meticulosamente un arbusto de jazmín. El escriba era un hombre delgado, con gafas de junco que le daban un aire de fragilidad, pero sus ojos eran agud