El sol de la tarde se filtraba por las amplias ventanas del local en remodelación que pronto sería la sede de "Marea Alta Experiences". El olor a salitre se mezclaba con el acre aroma de la pintura fresca. Sobre un andamio, con ropa holgada y manchada de óleo, Gabriel daba los últimos toques a un mural monumental que cubría la pared frontal.
No era el Gabriel Brévenor pulcro y ejecutivo que dirigía la cadena hotelera con mano férrea. Este era un hombre poseído por la inspiración, con el cabello alborotado y una intensidad gozosa en la mirada. Trazos audaces de azul marino, verde esmeralda y blanco puro convergían para formar un abstracto que evocaba la fuerza del océano y la libertad de un velero desplegado al viento.
Mauricio observaba desde la entrada, apoyado en el marco de la puerta, con una sonrisa que no podía contener. La vista de su Gabriel, tan inmerso en su elemento, tan auténticamente él, le robaba el aliento. Nadie que lo viera así creería que era el dueño de los hoteles