La mansión Brévenor era un mausoleo de mármol y recuerdos amargos. Esteban recorría sus pasillos vacíos, el eco de sus pasos el único sonido que quebraba el silencio opresivo. El titular del periódico financiero, arrugado en el suelo de su despacho, lo escupía cada vez que pasaba: "¿Crisis en Brévenor? La heredera se distancia y el patriarca se recluye. ¿El imperio vitivinícola se resquebraja?"
No había sido Valeria. Tampoco Elías. Esta difamación cobarde, este intento de hundir su credibilidad, tenía la firma inconfundible de Ricardo. La traición de su viejo amigo era un veneno que le corroía las entrañas.
Evitaba todo contacto con Valeria. Cada informe que llegaba de su asistente sobre su trabajo en los viñedos le recordaba su fracaso como padre. En su lugar, buscaba consuelo en el fondo de un vaso de whisky y en las cartas amarillentas de Aurora. Su letra elegante, sus palabras llenas de sueños para los viñedos y de amor por su pequeña Valeria, eran un espejo doloroso de todo lo