La noche era una losa de silencio sobre los hombros de Elías. No podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía el cuerpo de Valeria desplomándose, el rostro de Gloria retorcido por el odio, la mirada de desprecio de Gabriel y la fría evaluación de Mauricio.
Paseó por la casa como un fantasma en su propio reino. Sus pasos lo llevaron una y otra vez frente a la puerta cerrada de la habitación de huéspedes donde Valeria descansaba. Se detenía, tentado a apoyar la frente en la madera, a susurrar una disculpa que las paredes no le transmitirían. Pero no se atrevió. El sonido de voces bajas y el roce de cuerpos que llegaban tenuemente desde la habitación de Gabriel y Mauricio solo acentuaban su aislamiento. Ese vínculo, esa complicidad que no entendía, lo excluía por completo, recordándole lo solo que estaba en su cruzada.
"No repetiré su error," pensó, con amargura, refiriéndose a su padre. "Javier confió, y lo destruyeron. Yo no puedo confiar, pero… puedo mostrar mis cartas. Es lo úni