Ricardo observó desde la penumbra del pasillo cómo Valeria salía de la habitación de Gloria, su rostro marcado por una determinación que no le gustó. Esperó a que se alejara antes de deslizarse dentro, cerrándo la puerta con un clic sutil.
Gloria, al verlo, instintivamente apretó al bebé contra su pecho, una chispa de temor cruzando sus ojos.
—Espero que no hayas hablado de más, Gloria —dijo Ricardo, su voz un susurro cargado de amenaza.
Ella negó con la cabeza, demasiado asustada para hablar.
—Está bien —continuó él, avanzando—. Dámelo.
Gloria no se movió. Sus brazos, aunque temblorosos, se cerraron con más fuerza alrededor del pequeño.
Ricardo sonrió, un gesto frío y condescendiente. —Oye, hagamos las cosas más fáciles.
Bajo la intensidad de su mirada, Gloria cedió, entregando al bebé con manos que no podían disimular su temblor.
—Es un bebé hermoso —murmuró Ricardo, mirando al niño con la avaricia con la que se contempla un activo valioso—. Deberíamos llamarlo Ric