La Otra Cara de la Moneda.
El café se había enfriado hacía rato, pero Lucca seguía frente a la taza, inmóvil. La espuma se había hundido y en su lugar quedaba un remolino gris, como un reflejo exacto del caos que sentía por dentro.
El reloj del departamento marcaba las siete. Afuera, la ciudad ya despertaba, los autos rugían en la avenida y el murmullo de la lluvia golpeando los vidrios le daba al silencio una cadencia que dolía.
Era curioso: a veces, el ruido sonaba más fuerte cuando no había nadie para escucharlo.
Valentina llevaba tres días desaparecida.
No había mensajes, no había llamadas.
Solo un vacío digital que lo seguía como una sombra, línea tras línea de conversaciones congeladas, todas terminando igual: en el intento de decir algo que ya no hacía falta repetir.
Él sabía que forzarla no serviría.
Había visto ese tipo de mirada antes: la de alguien al borde del colapso, intentando sostener el mundo con las manos desnudas. Y la de Valentina era la de alguien que estaba aprendiendo a soltar antes de ro