El Fuego y el Vidrio.
Elena la observaba desde la cocina, con una taza de café en la mano y una sonrisa tan serena que resultaba irritante.
—¿Segura que ya puedes volver? —preguntó, sin levantar mucho la voz.
—No tengo opción —respondió Valentina, abrochándose la chaqueta—. Si falto un día más, seguro piensan que me internaron.
—Podría firmarte otro reposo, o internarte en serio, mi seguro lo cubriría —bromeó su hermana, agitando el estetoscopio que colgaba del respaldo de una silla—. Algo grave… tipo amnesia selectiva o colapso nervioso.
—Ya tuve suficiente de eso —replicó, rodando los ojos.
Elena rió, esa risa que siempre sonaba como un respiro.
—Prométeme que vas a comer algo más que café y ansiedad, ¿sí?
—Prometido.
—Y que si el hombre del trabajo vuelve a irrumpir tu paz, no le tires el bolso por la cabeza, porque ahí en serio me pedirán internarte.
—¿Cuál de todos? —preguntó Valentina con sarcasmo.
Elena arqueó una ceja.
—El que te hace ver como si estuvieras a punto de incendiar algo.
—Ah. Ese.
Amba