Domingo.
El domingo amaneció con una luz suave, dorada, que se filtraba entre las cortinas del departamento. Alexander despertó antes que Valentina, como solía hacerlo, pero esta vez permaneció quieto más tiempo de lo habitual, observando cada detalle de ella mientras dormía. Su respiración tranquila, los suaves movimientos de su pecho, el cabello cayendo en ondas naturales sobre la almohada: todo era un espectáculo silencioso que lo llenaba de calma y emoción a la vez.
—No puedo creer que alguien así exista — pensó Alexander—. Tan auténtica, tan sencilla… y aun así, increíblemente hermosa. Cada rasgo suyo parece diseñado para atraparme, y aquí estoy, completamente rendido.
Valentina se removió ligeramente y abrió los ojos, encontrando la mirada de Alexander. Sonrió tímidamente y apoyó la cabeza en su pecho. Él extendió la mano y rozó suavemente su mejilla, notando el rubor que aparecía en sus pómulos.
—Cada gesto suyo me atrapa más, y yo no quiero escapar de esto… no quiero que termine nunca.