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Una salida divertida. 2

Era evidente que Cindy sentía cierta atracción por Owen, sus ojos brillaban cada vez que lo miraba, Edneris no quería admitirlo, pero aquella escena le dejó una molesta pesadez en el pecho ¿Celos? No, o al menos eso seguía diciéndose.

— No imaginé que te gustaran este tipo de lapiceros. — comentó Edneris, alzando uno con una punta en forma de chanchito tierno.

— Fue un regalo, la verdad, ni siquiera sé por qué lo conservo, no me gusta escribir con ese tipo de plumas, la tinta suele correrse. — dijo Owen, mirándola de reojo, procurando no perder la concentración.

— ¿Me la regalas? — preguntó con ilusión, a Edneris sí le encantaban ese tipo de monerías.

— En la gaveta están las otras, era un juego de cinco y solo por no despreciar el obsequio dejé esa fuera, agárralas todas si te gustan. — se hizo a un lado, permitiéndole abrir la gaveta.

Alice solía decir que esas plumas eran demasiado infantiles para una universitaria, pero a Edneris no le importaba, las compraba por montones porque le encantaban, eran coloridas, suaves y divertidas, a su colección ahora se sumarían un flamenco, un chanchito, un unicornio, una vaca y una dona, mientras las observaba con encanto, Owen alzó la mirada hacia ella y una idea chispeó en su cabeza, si le gustaban esas cositas, podría regalarle una diferente cada día.

— ¿Seguro que me los puedo quedar? Yo no regalaría algo tan bonito y útil a la vez. — le dijo sin dejar de sonreír.

— Estoy más que seguro, tú les darás un mejor uso que yo... — Owen se acercó con suavidad, apoyando una mano sobre su cadera — Te ves muy bonita cuando sonríes, quisiera verte siempre así. — como era costumbre en él, logró sonrojarla de nuevo.

— Si vas a regalarme cositas así más seguido, te prometo no volver a llorar por tu hijo nunca más en la vida. — bromeó ampliando su sonrisa.

— Sería un buen trato, yo te regalo alguna monería de esas, y tú, a cambio, me das una sonrisa. — le acarició la mejilla con dulzura, justo en el instante en que la puerta se abrió y la secretaria entró.

Edneris escondió rápidamente las plumas detrás de su espalda al girarse hacia la mujer, algo en su intuición le decía que probablemente esas plumas habían sido un regalo de ella.

— Una botella con agua y pastelitos de fresa de la máquina, señor, para usted traje unas galletas de avena, suele venir al trabajo sin desayunar. — dijo Cindy, colocando todo sobre la pequeña mesita entre dos butacas.

— Gracias, pero Edneris me preparó un desayuno bastante sustancioso y estoy lleno, me las comeré después... — dijo Owen mientras recogía los papeles que necesitaba — No tardo, preciosa, si deseas ir al baño, es la puerta de la derecha, si quieres comer algo más, la máquina expendedora está afuera. — le dio un beso en la mejilla antes de salir.

— ¿Me cambias un billete? Las de la universidad no aceptan billetes de más de cinco dólares y vi que era de las mismas, solo cargo uno de veinte. — comentó Edneris mientras, con discreción, devolvía las plumas a la gaveta.

— Creo que ando unos cuantos... — Owen sacó su cartera y se la lanzó — Revisa y cómprate lo que quieras. — sonrió mientras seguía caminando.

— ¡Tu cartera! — exclamó ella, sorprendida, con intención de seguirlo.

— Me la devuelves después. — respondió él antes de cerrar la puerta, dejándola sola en la oficina.

Edneris negó con la cabeza y fue a sentarse en aquella enorme silla detrás del escritorio de madera oscura, abrió la billetera de Owen pensando en cambiar uno de sus billetes, pero un escalofrío recorrió su espalda al ver la fotografía que guardaba; era la misma imagen que ella tenía en grande, donde ambos aparecían abrazados y sonrientes, de inmediato, las palabras de Alice resonaron en su cabeza, esa idea del enamoramiento mutuo que tanto había intentado negar. Tal vez, solo tal vez, podría dejar a un lado aquello de la ética, aunque aún era demasiado pronto para pensar en una relación, o peor aún, en una aventura, sabía que si alguien pudiera leer sus pensamientos en ese instante, la juzgaría con dureza y con razón, podría parecer simple venganza contra Isaac, por aquella traición que aún dolía.

Después de contemplar la foto por un buen rato, abrió la gaveta nuevamente para sacar las plumas y esta vez guardarlas con cuidado en su cartera, junto con la billetera de Owen, pues no podía dejarla por cualquier lado, caminó hacia uno de los sillones, tomó la botella de agua y, luego de asegurarse de que estuviera bien sellada, la destapó y bebió un poco, de regreso en la silla de oficina, comenzó a girar suavemente hasta sentirse algo mareada, al parecer, la espera sería larga.

— No debería estar dando vueltas en esa silla, si la arruina, tendríamos que hacer un gasto. — dijo la voz seca de la secretaria, quien apareció sin previo aviso.

— Si la arruino, la pagaré. — respondió Edneris, sentándose con más compostura mientras alisaba la falda de su vestido.

— Señorita, esa silla vale más que cualquier trabajo de mesera o de barista en un café cualquiera. — añadió Cindy, empujando la puerta para abrirla por completo.

— Con el salario de una licenciada en enfermería podría comprar hasta seis o siete sillas de estas. — replicó Edneris con una sonrisa, girando de nuevo con ligera diversión.

— No cierres la puerta, no quiero que se le pierda nada al señor Thompson. — espetó la secretaria antes de marcharse, claramente disgustada.

Edneris rodó los ojos con fastidio, luego de dar una última vuelta en la silla, se puso a observar lo que había sobre el escritorio, debatiéndose internamente entre jugar equis-cero sola o simplemente dejar pasar el tiempo, en eso estaba cuando recibió una llamada, era Alice.

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— Buenos días, estrellita. — respondió Edneris sonriendo.

— Buenos días, gatita ¿Cómo estás? ¿Ya te comiste a tu exsuegro? — esa última pregunta la hizo reír.

— Estoy muy bien, gracias ¿Tú qué tal? — evitó responderle directamente.

— Yo estoy bien, feliz de tener más tiempo para terminar las tareas y te debo una por haberme mandado el glosario solo para copiar. — dijo con sinceridad, no era raro que Edneris hiciera eso con sus dos amigos, sabía lo descuidados y atareados que estaban.

— No hay de qué. — contestó mientras tomaba la pluma dorada y comenzaba a jugar con ella.

— Oye, te llamaba para invitarte a ir por un helado en agradecimiento ¿Crees que tu jefe te deje salir? — preguntó con un tonito burlón.

— Gracias, Alice, pero creo que tendremos que dejar ese pago para otro día, Owen me trajo a la fábrica y lo estoy esperando en su oficina en este momento. — bajó un poco la voz, algo le decía que podrían estar escuchándola.

— ¿Lo dices en serio? — su amiga respondió con un «ajá» bastante seguro — ¡Por Dios! —chilló con agudeza — ¿Dónde van a ir después del trabajo? ¿Es una cita? ¿Ya se animó a confesar sus sentimientos por ti? — le disparó una ráfaga de preguntas.

— Me acabas de dejar sorda y nada de lo que has dicho, iremos a comer pizza después de aquí y no me ha confesado nada. — respondió entre risas, cambiando el celular de lado.

— Pero que te llevara a su oficina ya es un gran paso. — Alice soltó otra risa.

— Si te soy honesta, hubiese preferido quedarme en el carro, su secretaria acaba de decirme que deje la puerta abierta para que nada se vaya a perder. — se recostó en la silla con fastidio.

— ¡No! — gruñó — Dime que le callaste la boca. — insistió con tono chismoso.

— Una licenciada en enfermería no tiene necesidad de robarse nada. — le dijo con orgullo, al otro lado, escuchó a Alice soltar una carcajada.

— Eso, perra, defienda su trocito de carne. — soltó con picardía, provocando que ahora fuera Edneris quien se riera.

— Babosa ¿Cómo te atreves a decir eso? — se rascó la mejilla, nerviosa.

— Me alegra mucho escucharte reír de esa forma y que ya no estés tan decaída como el viernes, es mejor que llores de risa y no por un gusano rastrero y asqueroso al que ya se lo chupó el diablo. — Alice era un genio improvisando insultos.

— Estaba pensando en lo que me dijiste. — dijo Edneris mientras giraba la silla hacia la ventana.

— ¿Qué cosa? Yo te digo tontera y media, no me acuerdo de todo. — respondió Alice con la boca llena.

— Sobre que me gusta y creo que en eso tenías razón, aunque no estoy muy segura de que eso vaya a resultar bien. — confesó, girándose de nuevo al frente.

— Eso era más que obvio, querida, pero no veo cuál es el problema, como te dije; solo son un hombre y una mujer solteros. — Alice se había propuesto hacerle terapia emocional a su amiga.

— Entre nosotros posiblemente no hay un problema, pero la sociedad me va a caer encima juzgando una acción inocente. — comentó Edneris, levantando sus piernas mientras veía las uñas de sus pies, bien arregladas, en contraste con las de sus manos, que solo tenían brillo.

— ¿El mundo o tus padres? — esa pregunta trajo un largo silencio — Edneris, tienes una familia tóxica, y perdóname si te molesta lo que voy a decir, pero ni a Cloe le importas realmente, desde lo que pasó, solo te ha llamado una vez y ni siquiera ha ido a buscarte para darte apoyo moral, estoy segura de que, si necesitara dinero, entonces sí iría a buscarte. — Alice no era la única que lo había notado.

— Yo sé eso y la verdad es que sí les tengo miedo, me harían pedazos si supieran que estoy viviendo con Owen, y mucho más si llegara a avanzar algo con él. — dijo mientras frotaba su muslo con la mano.

— ¿Entonces vas a vivir infeliz solo por miedo? — preguntó Alice, logrando arrancarle una sonrisa.

— No es mi plan, pero ¿Qué hago? — levantó la mirada justo en el momento en que vio a Owen pasar.

— Vive tu vida sin miedos, libérate de las personas tóxicas que solo quieren verte siendo una infeliz desgraciada, libérate, así como lo hiciste cuando te fuiste de casa, has conseguido muchas cosas desde que los dejaste y estás a punto de graduarte sin su ayuda, eres exitosa sin ellos ¿Qué te importa si a tus padres les arde que salgas con Owen? — Alice siempre había defendido la filosofía de "vive y deja vivir".

— Gracias por aconsejarme, Alice, te cuento más noche cómo fue mi día. — quiso cortar porque no tardaba en entrar Owen.

— Espero que me des hasta los detalles sucios, picarona, y recuerda; que te valga berenjena la opinión de los demás si tú eres feliz con ese papacito maduro que puede enseñarte todo lo que necesitas. — Edneris volvió a reír.

— Te daré detalles, pero no sucios detalles... — rio, aunque se puso un poco nerviosa — Te llamo después, Alice, tengo que atender algo, — vio a Owen acercarse al escritorio.

— Te cambió la voz, eso significa que papacito Owen acaba de llegar. — susurró como si él pudiera escucharla.

— Nos vemos mañana, haz las tareas, que mañana hay exámenes y espero que respondas el glosario que te mandé al correo. — dijo entre risas antes de cortar la llamada.

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En silencio, guardó su celular en la cartera, ya que Owen estaba concentrado leyendo uno de los tantos papeles que llevaba en las manos y que había colocado sobre el escritorio, Edneris lo observó detenidamente, su seriedad lo hacía lucir increíblemente atractivo, ese lunar de canas entre su cabello castaño oscuro era llamativo a primera vista y siempre le había parecido curioso, casi hipnótico, atractivo, no sabría cómo describirlo exactamente, pero le gustaba.

— ¿Qué es lo que más te gusta de mí, Edneris? — preguntó Owen, que de reojo la había estado observando.

— Tus ojos y el lunar blanco en tu cabello... — respondió sin pensarlo demasiado, con sinceridad — ¿Qué te gusta de mí? — le devolvió la pregunta, sin rodeos.

— Me gustan tus ojos, tus labios, tus manos, tu cintura y un par de cositas más que, si las menciono todas, nos pasaremos el día entero aquí. — giró un poco la cabeza para mirarla con mayor claridad, con una media sonrisa.

— ¿Te falta mucho? — preguntó Edneris, levantándose de la silla para acercarse y ver lo que estaba leyendo.

— Solo firmo las órdenes de envío y nos podremos ir. — respondió, clavando la mirada en ella.

— Iré a ver cómo trabajan las máquinas. — anunció, dándose la vuelta para salir de la oficina.

Owen casi se infartó con esa pregunta tan directa, se le vinieron muchas respuestas a la cabeza, y en cuestión de segundos tuvo que elegir la más decente ¿Cómo confesarle que le encantaba su voluptuoso pecho? No había palabras elegantes para decir eso, tampoco sabía cómo decirle que le fascinaba su trasero y la forma en que el uniforme ajustado se lo resaltaba, temía que, si lo expresaba tal cual, ella lo tomara por un completo degenerado o se lo iba a cachetear por atrevido. 

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