Mientras Edneris observaba el procedimiento en el que aquellos enormes rollos lisos se convertían en láminas con diferentes formas y tamaños, notó por el rabillo del ojo un movimiento insistente, al bajar la mirada, se dio cuenta de que eran un par de hombres que trataban de llamar su atención moviendo las manos, cuando finalmente la captaron, ambos se rieron entre sí y le hicieron señas para que les diera su número, Edneris ni se inmutó, los miró como si fueran dos insectos raros.
La repentina sensación de una mano fría tocando la parte desnuda de su espalda la hizo temblar, toda su piel se erizó como la de una gallina recién desplumada, se giró de inmediato, solo para encontrarse con Owen, que le plantó un beso en la frente.
— ¿Ya terminaste? — preguntó con una sonrisa boba en los labios.
— Sí, ya ¿Qué estabas viendo? — se inclinó junto a ella sobre la baranda de seguridad.
— Estaba viendo cómo prensan las láminas lisas y las vuelven corrugadas. — respondió, volviendo la vista hacia los trabajadores, que ahora parecían ocupados como si nada hubiese pasado.
— ¿Segura? ¿No le habrás estado coqueteando a algún trabajador por ahí, o sí? — arrugó la nariz con fingido disgusto, solo de imaginar que alguien más pudiera fijarse en ella le daba dolor de barriga.
— ¡Loco! ¿Cómo se te ocurre decir algo como eso? Hasta me ofende un poco que pienses que voy a andar fijándome en cualquier fulanito por ahí. — le dio un suave puñetazo en el abdomen.
— Solo estoy jugando... — mentira — Vamos al centro comercial, que tenemos mucho que comprar. — pasó el brazo por sus hombros para guiarla hacia las gradas.
— Oye, no vamos a poder bajar así. — protestó Edneris, un tanto alterada al sentir que podría tropezar.
— Dame la mano, entonces, no quisiera que la bella princesa se vaya a caer, ya te me ibas a resbalar una vez. — le tomó la mano con cuidado mientras comenzaban a bajar.
— No soy tan torpe como piensas. — replicó ella, aunque no se negó a ir de la mano con él, bajando con precaución.
— Señor Thompson, buenos días... — un hombre se acercó para estrecharle la mano — ¿Ha venido a inspeccionar la producción? — pregunto, con curiosidad.
— No, como estoy en la ciudad por un tiempo, vine personalmente a aprobar las distribuciones para las ferreterías y las otras empresas. — respondió Owen, retomando la mano de Edneris.
— Está bien, sería bueno verlo más seguido en la empresa. — asintió el hombre, aunque sus ojos se deslizaban con curiosidad hacia ella.
— Veremos si venimos más seguido... — dijo Owen, bajando la cabeza al notar que Edneris estaba distraída observando un mural — Nos vemos, tenemos que hacer otras cosas. — añadió, jalándola suavemente.
— ¿Quién habrá hecho ese mural? — preguntó Edneris, acercándose más — Escribieron mal la palabra "logros cumplidos". Ahí dice "logos cupidos" — comentó divertida, a pesar de tener mala vista, no pudo evitar notarlo, ya que las letras estaban en rojo y eran enormes.
— El mural lo hizo Cindy. — comentó entre risas al ver la expresión de la morena.
— Vámonos antes de que me escuche hablando. — dijo Edneris, tomándole la mano para salir corriendo con él.
Al llegar a la recepción principal, Edneris devolvió el pase de visitante mientras Owen conversaba con una mujer sobre algo que ella no alcanzó a escuchar, había muchas cosas nuevas que captaban su atención, cosas que no solía ver en una clínica o un hospital, cuando la conversación terminó, ambos salieron del edificio y se dirigieron al auto.
Edneris tenía una meta clara, comprar zapatos, al parecer, su hermana mayor había ayudado a Isaac con la mudanza y como consecuencia, le hacían falta cinco pares, todos eran tacones elegantes y bonitos, pero bastante viejos ya, eso fue lo único que la salvó de hacer un escándalo por su desaparición.
— Edneris ¿Qué vas a comprar? — preguntó Owen mientras manejaban rumbo al centro comercial.
— Zapatos, tuve que deshacerme de cinco pares de tacones y prácticamente solo me he quedado con tres, los del uniforme, estas sandalias y unas zapatillas deportivas. — respondió, bajando la mirada hacia sus pies.
— Vi que tienes poca ropa para salir, es raro, porque la última vez que los visité tenías el clóset repleto. — comentó mientras se detenía ante un semáforo en rojo.
— Evelyn ayudó a Isaac con la mudanza, por un lado, debo darle las gracias, porque me liberó de ropa que ya no quería. — admitió, sabía que a Owen no le podía mentir.
— Entonces eso significa que también haremos compras de ropa. — dijo él con una sonrisa, visiblemente emocionado por la idea.
— Espero que tengas buenos gustos, porque voy a necesitar asesoría. — dijo Edneris, mostrándole una gran sonrisa.
— Puedo asesorarte perfectamente si se trata de lencería. — añadió en tono travieso, mordiéndose el labio inferior mientras el semáforo cambiaba y ponía el auto en marcha.
— Necesito algunas prendas. — murmuró ella, dejando sus ojos fijos en la ventanilla, dándole libertad para imaginar el resto.
Una vez llegaron al centro comercial, Owen sacó su pase y dirigió el auto hacia el estacionamiento techado, no quería que el sol lo calentara más de la cuenta, dejó el saco en el vehículo y mientras se arremangaba la camisa, vio a Edneris caminar delante de él, contoneando las caderas con natural elegancia.
Ese movimiento le trajo un recuerdo; el primer baile que vio de esa mujer, oculta tras un delicado velo verde, de no ser por uno de sus socios, jamás habría pisado un sitio como aquel, sin embargo, desde esa noche se convirtió en cliente frecuente, esperando que, en algún momento, ella se fijara en él, lamentablemente, la preciosa bailarina terminó fijándose en su hijo.
Iba tan absorto en el vaivén de sus caderas que no notó dónde ponía los pies, tropezó con una grada y dio un par de traspiés, por suerte, no terminó en el suelo, Edneris se giró sorprendida por el ruido, él intentó disimular, pero el sonrojo lo delató, sobre todo cuando un par de mujeres lo miraron y luego intercambiaron una risita, al ver que iba embobado siguiendo a Edneris, ella solo rio con ligereza y lo tomó del brazo, no fuera a ser que se cayera por estar soñando despierto.
— ¿Dónde vamos primero? — preguntó, tomándose la libertad de pasarle el brazo por los hombros.
— Quiero unos cuantos pantalones de mezclilla, Evelyn solo me dejó dos, ella no tiene caderas, yo sí, de lo contrario, me los habría robado todos. — respondió mientras señalaba una tienda especializada en mezclilla.
— Vamos a ver. — dijo Owen, entrando con ella como si fueran dos buenos amigos de toda la vida.
Edneris ya sabía su talla exacta, se midió un solo pantalón de una marca específica y al comprobar que le quedaba perfecto, eligió todos los colores disponibles del mismo modelo, salieron de la tienda con seis prendas y ella caminaba tranquila, sin preocuparse por el gasto, había estado ahorrando durante meses para renovar su clóset, tenía destinado un presupuesto de veinte mil dólares, que habría sido mayor de no haber ayudado a su hermana con algunos gastos de la universidad, era una de las tantas ventajas que le había dejado su antiguo trabajo, aunque sabía muy bien que ese dinero se lo había ganado con un esfuerzo titánico.
Luego, entraron a la tienda departamental más grande del centro comercial, allí, Edneris podía encontrar todo lo que necesitaba sin tener que caminar demasiado, incluso Owen encontró un par de prendas que le llamaron la atención.
— ¿Qué te parece? — preguntó ella al salir del probador con una blusa manga larga de escote cuadrado y una falda tubo ceñida.
— No me gusta la falda, si fuera más corta, se vería mejor. — opinó él con una sonrisa, mientras la veía regresar al interior del probador.
— ¿Y esto? — salió con una camisilla que apenas cubría su pecho y una falda diminuta.
— ¡No! — exclamó Owen, mirando hacia todos lados con alarma — Edneris, no vas a salir con esa cosa, te agachas un poco y te van a ver hasta el alma. — frunció el ceño con gesto protector.
— Creí que te iba a gustar para andar por casa, pero ni modo, me lo voy a quitar porque no te gustó. — dijo con una sonrisa maliciosa mientras lo dejaba procesando.
— ¡Espera! — reaccionó de inmediato y fue tras ella hasta la puerta del probador — Podrías llevártelo, si solo vas a usarlo dentro de casa. — dijo justo antes de que ella cerrara.
— Ya dijiste que no te gustaba ¡Sácate! — lo empujó suavemente — Este es el cambiador de mujeres ¡Te van a sacar! — le reprochó entre risas, aunque le encantó verlo tan atento.
— ¿Te lo vas a llevar? — preguntó retrocediendo un poco, sin apartar la vista de la puerta.
— No, ya dijiste que no voy a salir a ningún lado así. — cerró la puerta sonriendo divertida.
— Señorita... — le dijo Owen a una de las empleadas — Por favor agregue ese conjunto a las prendas que llevo yo, la blusa y la falda, pero en talla L ambos, y en rojo, no en ese verde limón que traía puesto. — no le gustó mucho el color, pero si el conjunto.
— ¿Está seguro de que son esas tallas? — preguntó la mujer mientras tomaba nota.
— Sí, noventa y cinco de busto, setenta y cuatro de cintura, ciento siete de caderas y la talla que usa es L. — respondió Owen con seguridad, sin titubear, fueron muchos detalles, que claramente conocía por boca de su hijo.
— Muy bien, señor, yo le agrego las piezas. — respondió la vendedora entre risas por tanta precisión.
La mayoría de las blusas que Edneris eligió eran de manga larga, el clima de la ciudad lo permitía y además ese estilo siempre había sido su favorito, aun así, tomó también algunas de tirantes para usar en casa, unos cuantos vestidos elegantes, faldas cortas con vuelo, shorts de distintos estilos e incluso varios camisones de seda que le parecieron irresistibles. Cuando llegaron a la sección de calzado, Owen se dedicó a acercarle todos los pares que a él más le gustaban, aunque la decisión final siempre era de ella.
— Me gustan estos. — le dijo mientras le mostraba unas sandalias plateadas con cristales, cintas en los tobillos y sobre los dedos, los tacones, sin embargo, parecían clavos invertidos.
— Está raro el tacón. — comentó ella al instante, ya que siempre había preferido los estilos más clásicos.
— Si te los mides, puede que te gusten. — dijo él, cruzando los brazos detrás de la espalda y observándola con atención mientras se los ponía.
— Pues tenías razón, con el vestido rojo se verían preciosos. — comentó mientras se ponía de pie para admirarse frente al espejo.
— Vi un par de botines negros que quedarían muy bien con el vestido beige de canalé. — murmuró Owen, acercándose para tomarla suavemente por las caderas.
— A mí también me gustaron unos botines, pero también vi unas botas altas que irían genial con otro vestido que tengo en casa. — dijo ella, volviendo a sentarse en la butaca para quitarse las sandalias, también decidió llevarlas.
De los cinco pares de zapatos que inicialmente pensaba comprar, terminó llevándose diez; tres pares cerrados, cuatro pares de sandalias de tacón alto, dos pares de botas y un par de mocasines cómodos para el día a día. Cuando se acercaron a la caja, Edneris comenzó a sentirse un poco nerviosa, llevaban demasiadas cosas, se le había ido la musa con tanta emoción al ver tantas prendas hermosas, todas mucho mejores que las que tenía antes, solo esperaba que el dinero le alcanzara, mientras observaba cómo las empleadas pasaban una a una las prendas por el lector de códigos.
— Va a ser más fácil pagar con tarjeta. — susurró Owen sobre su oreja.
— Solo cargo efectivo. — le respondió Edneris, notando que ya iban por cinco mil dólares.
— Doy la tarjeta y me das el efectivo después, se van a morir contando todo eso. — dijo mientras sacaba la billetera.
— Son billetes de cien. — aclaró ella, aferrándose a los ahorros que tanto le había costado guardar.
— Me los das después, va a ser más práctico así. —repitió él justo cuando ambos vieron el total final en la pantalla.
— Serían once mil dólares con toda la ropa y los zapatos. — anunció la cajera, y Edneris levantó la cabeza para verlo con ojos redondos, era bastante más de lo que había calculado.
— Será un pago con tarjeta. — dijo Owen sin inmutarse, entregando su Visa Black con naturalidad.
— ¡Madre mía, son muchas bolsas! — exclamó Edneris al ver cómo el mostrador se llenaba, había más de veinte bolsas repletas de ropa y calzado.
Mientras ella se preguntaba cómo demonios iban a cargar todo eso hasta el carro, Owen escuchó detrás de ellos a un par de jovencitas comentar, entre risas, que a ellas también les gustaría tener un "sugar daddy" que les comprara semejante cantidad de cosas, le causó gracia, aunque no estaba en ese plan con Edneris, sin embargo, pensó, con cierto humor, que, si no aceptaba su dinero, seguramente ella se molestaría.
— Si gustan ayuda para llevar las bolsas, nuestro colaborador puede asistirles. — comentó la chica de caja mientras le extendía la factura para firmar.
— La verdad es que sí, son demasiadas cosas. — respondió Owen, devolviendo el bolígrafo con una sonrisa y tomando la factura final.
— Muchas gracias por su compra, señor Thompson, señorita, que tengan un feliz día. — se despidió la cajera, claramente complacida con la venta.
Un chico joven del personal se les unió y tomó una buena cantidad de bolsas, mientras Owen cargaba el resto, dejando a Edneris completamente libre, le pidió que subiera al restaurante japonés del nivel superior mientras ellos iban al carro a dejar el cargamento. Como chica obediente, Edneris asintió, en su camino hacia el restaurante, se detuvo frente al escaparate de una tienda, un maniquí exhibía una chaqueta de cuero estilo motociclista que le encantó, se dio cuenta de que no tenía ninguna similar en su guardarropa.
Owen, por su parte, logró acomodar todas las bolsas en la cajuela del auto, que por suerte tenía espacio suficiente, le dio una generosa propina al chico que los ayudó y regresó al centro comercial para buscar a Edneris, quien, según calculaba, ya debía estar en el restaurante.