Edneris despertó con el sonido de su alarma, como cualquier otra mañana de su vida, se sentó en la cama, intentando sacudirse el sueño por completo y entonces notó que aún llevaba puesta la ropa del día anterior. Se quedó un largo rato tratando de recordar cómo diablos había llegado a su habitación, pero no lograba reconstruir ese momento, no recordaba haber bajado las gradas ni cuándo terminó sus deberes.
Se levantó y subió a la cocina para preparar el desayuno con bastante calma, ya que ese día entraría un poco más tarde; su profesora no se presentaría a clases, mientras cocinaba huevos revueltos con tocino y tostadas de plátano, recibió la notificación de un correo en su celular, al abrirlo, se llevó la sorpresa de que habían suspendido el resto de las clases a último momento, complicando sus planes para el día.
— Buenos días. — la voz de Owen la hizo girarse.
— Hola, buenos días. — respondió con una sonrisa, sin dejar de revisar las últimas tostadas.
— ¿Pasó algo? Estabas muy seria viendo tu celular. — comentó él mientras tomaba asiento en uno de los taburetes, contemplando su figura de espaldas.
— Es que acabo de recibir un correo de Secretaría, informan que hoy se han suspendido las clases, mañana iremos directo a los exámenes y a entregar los trabajos que teníamos para hoy. — sacó los platos para comenzar a servir.
— Qué buena noticia, vas a poder descansar. — dijo Owen, aunque la vio arrugar la nariz.
— Sí, quizás salga a hacer algunas compras. — respondió mientras llevaba su plato hacia él.
— ¿Me dejarías acompañarte? — preguntó él al verla ladear la cabeza.
— ¿No tienes trabajo? — volvió a la estufa a servirse su porción.
— Sí, tengo que recoger un informe de producción y autorizar la distribución de un nuevo cargamento a las ferreterías, pero eso no me tomará más de una hora. — la observó sonreír, con la mirada fija en él.
— Si no te aburre ir a comprar zapatos, podrías acompañarme, de paso, podríamos ir por un helado también. — colocó su plato al lado del suyo.
— Vamos por el helado después de comer pizza. — propuso Owen, mordiéndose el labio inferior mientras ella le servía el café.
— Me parece bien ¿Dónde nos encontramos? — preguntó, sentándose con todo ya servido.
— ¿Por qué no te das un baño rápido después de comer y te vienes conmigo a la fábrica? Resuelvo todo rápido y después nos vamos de compras. — dijo él, apartando con suavidad unos mechones de su cabello azabache y colocándolos detrás de su oreja.
— No quisiera hacerte estorbo en tu trabajo... — Edneris le tomó la mano con timidez — ¿Tú me llevaste al cuarto anoche? — sus ojos iban de un lado al otro, deteniéndose en los de Owen, que no se despegaban de los suyos.
— No me estorbarías, y sí, te cargué y te llevé a tu cuarto porque te habías quedado dormida sobre la mesa, no podía dejarte ahí tan incómoda. — Owen le tomó la mano con más firmeza, acercándose un poco más.
— Qué pena contigo que tuvieras que cargarme como a una niñita. — dijo ella, riendo con nerviosismo y bajando la cabeza.
— No te preocupes, come rápido y te vas a bañar, o te llevo al trabajo con olorcito a cobija. — bromeó y con eso, Edneris casi se atragantó.
— ¿De verdad huelo mal? — se puso roja de la vergüenza, pues solo se había lavado el rostro al despertar.
— Estoy jugando. — Owen se rio y le alborotó el cabello con gesto burlón.
Edneris lo empujó suavemente, un poco molesta, aunque con esa sonrisa coqueta que él le regaló, mantener la seriedad se le hizo imposible, entonces, las palabras de su amiga Alice volvieron a resonar en su mente, en algún punto de ese año y medio de convivencia entre padre e hijo, había comenzado a surgir en silencio aquel sentimiento que ella misma sepultó bajo lo que consideraba correcto.
Aunque si debía elegir un momento donde sintió que esa fina línea entre suegro y nuera se rompía, fue durante aquel viaje a Canadá, esa noche que salieron a esquiar solos e imaginó cómo habría sido su vida si él hubiese sido su pareja, se la pasó tan bien, pero en ese entonces amaba a Isaac y consideraba sus sentimientos.
Terminó su desayuno y bajó a ducharse para que Owen no se retrasara más de la cuenta, después del baño, se quedó unos minutos de pie frente al armario, pensando en qué ponerse, finalmente, sus ojos se detuvieron en un vestido corto color crema, de falda tipo disco, ajustado a la cintura, cuello redondo y mangas largas. La espalda abierta le daba un toque de sensualidad discreta, lo combinó con sandalias blancas de tacón cuadrado y una cinta que se cruzaba sobre los dedos, una cartera beige cruzada y el cabello suelto, solo peinado con un poco de espuma para que no se esponjara con la brisa.
— ¡Estoy lista! — exclamó al llegar corriendo a la sala — Perdón por hacerte esperar tanto, siempre me lío cuando tengo que usar ropa informal, es más fácil andar con uniforme. — dijo mientras buscaba su billetera en la mesa.
— No te preocupes, vamos con tiempo de sobra. — respondió Owen, casi dejando caer el celular de las manos al verla.
— ¡Dame dos minutos más, iré a dejar mis cosas abajo! — aún no había recogido el desorden que había dejado en la mesa.
— Yo espero. — dijo él, sentándose de lado y observándola como un bobo enamorado.
— ¡Dios, tengo que arreglar tu cama también! — gritó mientras corría hacia abajo.
Owen soltó una carcajada y se arregló el cuello de la camisa, no usaba corbata y en vez de saco llevaba un blazer, acostumbrado a vestir de forma formal, pero ligera, tal como ella había dicho, era más fácil vestirse con uniforme que buscar ropa que combinara.
La vio correr hasta su cuarto y mientras ella ordenaba la cama, ladeó la cabeza al ver sus piernas cuando se agachó para meter el cubrecama bajo el colchón, se la imaginó tendida sobre esa misma cama, con su cuello lleno de besos y el pensamiento le hizo perder el aliento, se levantó de golpe y salió al balcón a tomar un poco de aire fresco, se le estaba yendo la musa imaginándola en ese estado.
— Esto tiene que ser una broma. — susurró, mirando su entrepierna.
— Owen, ya terminé. — Edneris estaba un tanto agitada de tanto corretear.
— Bien, espérame afuera, solo tengo que hacer una cosa antes de irnos. — la vio por encima del hombro mientras se abrochaba el blazer.
— ¿Qué pasa? — ladeó la cabeza al verlo un poco nervioso.
— Nada, solo quería un poco de aire. — entró y detrás de sí cerró la puerta corrediza.
— ¿Seguro? Tienes las mejillas rojas... — con ambas manos le tomó el rostro — ¿Se te ha subido la presión? — le tomó la muñeca derecha.
— No te preocupes, que estoy bien, solo sentí que se me paró el corazón por unos segundos cuando se me cayó el celular. — la vio reírse ligeramente.
— Está bien, te espero afuera y espero que no se te vuelva a parar el corazón. — Edneris retrocedió, dándose cuenta de que no se le había parado el corazón, sino otra parte del cuerpo.
— Qué bueno que tengo conmigo a una enfermera que puede hacerme funcionar el corazón de nuevo. — le tomó la mano para no dejarla ir.
— Yo no sé atender problemas cardíacos... — fue retrocediendo mientras él la seguía — Solo me han enseñado a dar resucitación cardiopulmonar. — los nervios revolotearon en su estómago por su atrevimiento.
— Creo que me voy a desmayar, necesito resucitación de esta enfermera tan preciosa. — le tomó la cintura dejándola acorralada contra el respaldo del sofá.
— Owen, se te hará tarde para el trabajo. — desvió la cabeza hacia un lado, sintiendo que sería a ella a quien se le iba a parar el corazón con esa invasión a su espacio personal.
— Me muero de ganas de que llegue el día en que no escapes de mí. — se rio ligeramente antes de alejarse de ella.
— ¡Owen! — le tomó la mano — Yo no escapo de ti, pero... — se puso nerviosa porque tenía una pregunta en la cabeza, pero sentía no tener el valor para hacerla.
— Señorita enfermera, ya es tarde. — llevó la mano de Edneris a sus labios para darle un beso.
La dejó sola en la sala y Edneris sintió que había metido la pata al fijarse en cosas que no debía, apoyó las manos sobre el respaldo del sillón, sintiéndose incómoda por su propia acción, después de que Owen la llamara, se reincorporó, fue por su cartera y corrió hacia la salida, cerrando la puerta con seguro a su paso apresurado.
El camino hacia la fábrica fue bastante silencioso, solo amenizado por la música a bajo volumen en la radio, Edneris llevaba las manos sobre los muslos mientras reconsideraba los eventos ocurridos y se preguntaba si era buena idea permanecer en la casa del hombre, al paso que iban las cosas, no quería terminar peleada o malentendiendo las situaciones, como sintió que había pasado momentos atrás.
Al llegar a la fábrica, abrió la puerta del auto por su cuenta y sonrió incómoda cuando Owen la miró, el guardia de seguridad los saludó y en la recepción una mujer le entregó un pase de visitante a Edneris, ya que no podría moverse sin esa tarjeta.
— ¡Dios! — exclamó asustada cuando se deslizó de la nada.
— ¿Estás bien? — Owen le tomó del brazo para alejarla; al parecer, a alguien se le había caído algún líquido en el suelo.
— Sí, solo fue un resbalón. — revisó la suela de sus zapatos, viendo que estaban mojados.
— Catalina, llama a alguien de limpieza rápido para que venga a secar aquí antes de que alguien más se resbale. — ordenó Owen, tratando de ver cuánto abarcaba la humedad.
— Señor Thompson, buenos días, ya venía a limpiar. — el hombre puso la señalización de "Cuidado".
— Gracias, pero cuiden que no haya charcos y menos en este piso de cerámica, no quiero que nadie sufra un accidente. — extendió la mano, provocando que por inercia Edneris la agarrara.
— Sí, señor, no volverá a pasar. — el hombre de limpieza asintió y se puso manos a la obra.
— Vamos a la oficina. — que el jefe esperara a personas en su oficina era normal, pero verlo llegar con una mujer y que la llevara de la mano, eso era nuevo.
Edneris no pudo evitar mirar a su alrededor; muchas miradas curiosas cayeron sobre ellos, algunas discretas y otras no tanto, como el grupo de mujeres que hablaban en la zona de descansos y los hombres en sus pequeños cubículos de oficina que hasta se levantaron para poder verlos pasar, nunca se imaginó que una fábrica necesitara tantos empleados de escritorio, tenía la idea de que solo eran máquinas haciendo el trabajo y ya.
Owen la guio a dos puertas dobles, el pasillo llevaba al área de máquinas y por el otro lado, a unas gradas que subían a un segundo piso, que fue el lugar donde él la llevó, desde ahí arriba pudo ver por primera vez cómo se fabricaban las láminas y no solo eso, también los polines de acero y varillas de construcción, entre muchas cosas más, descubrió que no solo eran láminas, Owen tenía una empresa que fabricaba materiales para construcción, muy aparte de la empresa de paneles solares.
— ¿Owen? — se asustó al no verlo por ningún lado y subió corriendo.
— Estabas muy entretenida viendo las máquinas. — sonrió divertido al verla preocupada.
— Es la primera vez que veo el proceso para hacer una lámina y un polín de acero. — volteó curiosa.
— ¡Señor Thompson, muy buenos días! — la secretaria, con un peinado de los cincuenta en el cabello, llegó corriendo lo mejor que podía con su falda entubada — ¿Usted quién es? — preguntó notando la presencia de Edneris — No importa, los visitantes no deben estar aquí y si viene para hacer un tour es en la recepción principal, si viene a una entrevista, es lejos de aquí. — no le dio ni tiempo de responder.
— Edneris, te presento a la secretaria Cindy Cavill... — la tomó por la cintura para acercarla un poco más — Señorita Cavill, ella es Edneris Morrison, viene como mi invitada y se quedará en mi oficina mientras hablo con Matías. — hizo las presentaciones formales con naturalidad.
— Hola. — saludó Edneris, observando cómo la mujer le dirigía una sonrisa forzada.
— Vamos... — Owen la condujo finalmente a su oficina, seguidos de cerca por la secretaria — ¿Quieres un café, preciosa? — preguntó mientras abría la gaveta central del escritorio para revisar unos papeles.
— No, gracias, una botella bien sellada de agua estaría bien... — se acercó al librero — No quiero que le escupan a la taza. — susurró, tocando la pequeña estatua de un caballo.
— Hágame el favor de traerle una botella de agua y unos pastelitos de fresa de la máquina. — ordenó Owen, que sí alcanzó a oírla.
— Enseguida, señor ¿Y usted qué desea? — preguntó con una atención especial hacia Owen.
— Yo no quiero nada, gracias, puede retirarse. — respondió sin mirarla, bajando la cabeza para revisar si tenía todo lo necesario.
La secretaria se marchó a regañadientes, dejando ver su incomodidad y Edneris no pudo evitar reírse al verla contonearse al caminar, comparó su paso, algo rígido por la falda entubada y los tacones, con el de un pingüino, mientras pensaba que ese peinado con muchos rulos parecía sacado de los años cincuenta.