Una promesa de amor. 3
Mientras iban en el auto, lo único que sonaba era una melodía en la radio, Edneris mantenía la mirada fija en la ventanilla, consumida por los celos y, al mismo tiempo, por la culpa de haber hecho una escena así, el silencio de Owen no ayudaba en absoluto, pero la mano sobre su muslo, acariciándola suavemente, la confundía todavía más.
Cuando llegaron al edificio, Edneris bajó del auto sin permitirle al hombre dar la vuelta; ambos lidiaban con sentimientos nuevos, intensos y complejos: celos, confusión y pequeños disgustos, absolutamente normales en una relación que apenas comenzaba.
— ¿Vamos a hablar de todo esto? — preguntó Owen una vez que estuvieron dentro del apartamento.
— Quisiera ir a acostarme, no quiero pelear contigo y no tengo ánimos de repasar los hechos. — respondió Edneris mientras se dirigía a la cocina por un vaso de agua.
— No tendríamos por qué pelear, somos adultos, podemos sentarnos a hablar, a explicarnos las cosas, quiero que me digas cuál es tu enojo en todo es