Edneris estaba completamente ajena a lo que acababa de ocurrir en el club, su mente estaba enfocada en brindar el mejor espectáculo posible, al terminar su número, Coral la interceptó con una sonrisa radiante y una botella de champagne en las manos, no era cualquier botella, era la más exclusiva y costosa del establecimiento.
— Tienes un privado. — anunció la mujer con entusiasmo.
— ¿Y qué tiene de especial ese privado para que estés sonriendo como una loca? — preguntó Edneris, desconfiada por la actitud inusualmente efusiva de su jefa.
— Que el hombre al que vas a bailar me pidió específicamente verte durante dos horas, pidió esta botella y pagó veinte mil dólares solo por ser el primero al que le bailaras esta noche. — Edneris casi deja caer la botella al suelo de la impresión.
— ¿Me estás jodiendo? — preguntó, sin creerse del todo lo que escuchaba.
— No, querida, nada de bromas... — dijo sin quitar su enorme sonrisa — Anda, sube, no podemos hacer esperar a ese hombre, es quien ha hecho que esta noche sea mágica para ti. — la apuró tomándola del brazo.
— ¿Está arriba? — se detuvo, sintiendo un leve escalofrío.
— ¡Sí! — confirmó Coral con una sonrisa aún más grande — ¡Y la propina será completamente tuya! — sin darle más opción, la empujó suavemente hacia las escaleras en espiral que llevaban a los palcos privados.
Gabriel ya la esperaba en la cima y, sin decir una palabra, la condujo hasta una de las exclusivas salas cerradas con cortinas gruesas y música más tenue, Edneris ajustó el velo sobre su rostro, respiró hondo y entró, pero no estaba preparada para lo que vio. Sentado en el centro del largo sofá en forma de U, estaba Owen, el aire pareció enfriarse de golpe y un escalofrío le recorrió la espalda cuando él alzó la vista y clavó sus ojos en los de ella.
— Buenas noches. — saludó Owen al verla detenida como una estatua en la entrada.
— Buenas noches... — Edneris aclaró su garganta, intentando mantener la compostura — El mejor champagne será servido por mi mano esta noche. — caminó con elegancia hacia la mesita, dejando entrever sus piernas a través de las aberturas del traje escarlata.
— Si es servida por tus manos, será como beber néctar de los dioses. — dijo Owen, ladeando la cabeza sin apartar los ojos de ella.
— Me halaga mucho, señor. — alzó una ceja mientras comenzaba a retirar los seguros de la botella.
— Owen Thompson. — se inclinó ligeramente hacia adelante, girando una de las copas con delicadeza.
— Señor Thompson... — murmuró Edneris justo antes de destapar la botella, cuyo corcho estalló con un sonido seco que resonó en la sala — Espero que ya haya elegido las canciones que desea que baile esta noche, ha pagado por dos horas en este privado. — había aprendido a servir licores con gracia, convirtiendo ese simple acto en una pequeña performance.
— Prefiero que tú las elijas... — respondió él con voz pausada — Que bailes con lo que te haga sentir más cómoda. — fue entonces cuando notó el leve temblor en las manos de Edneris, ella intentó disimularlo mientras llenaba la copa.
— Espero no decepcionarlo con mi elección. — dijo, hundiendo la botella en el balde de hielo y extendiéndole la copa.
— Siempre has tenido buen gusto musical, Edneris. — el silencio que siguió fue denso, como una niebla espesa entre los dos, ella sintió cómo el pánico trepaba por su espalda.
— ¿Disculpe? — ladeó la cabeza, fingiendo confusión.
— ¿Vamos a fingir que no nos conocemos? — se recostó en el sofá, cruzando un brazo sobre el respaldo — ¿Vamos a fingir que no recibí la foto que me enviaste? ¿Que no dejé mi trabajo a medias para venir a buscarte? — sus preguntas fueron directas.
— ¿Hace cuánto lo sabes? — preguntó con voz quebrada, sintiendo cómo la garganta se le apretaba.
— ¿Eso importa? — inclinó la cabeza, señalándole el sofá con un leve movimiento — Admiro tu valor por presentarte a trabajar después de lo que pasó, yo, en tu lugar, probablemente estaría en casa, llorando mientras me ahogo en whisky. — Edneris se sentó con la mirada baja, las manos aún inquietas.
— No todos podemos darnos el lujo de suspender el trabajo por un evento de esa magnitud. — susurró.
— Me gustaría que te quitaras el velo y que me mires a la cara cuando te hablo. — pidió Owen, manteniendo la voz firme.
— Ya no tengo ninguna relación con Isaac y no pienso volver con él... — dijo Edneris, sin levantar la vista — Creo que no hace falta que me humilles por mi trabajo. — siguió sin levantar el rostro.
Owen le dio un trago al champagne antes de dejar la copa sobre la mesa, se puso de pie con decisión y se acercó a Edneris, ella lo notó de reojo e intentó alejarse, pero él la sujetó del brazo con firmeza, obligándola a sentarse nuevamente, sin darle oportunidad a reaccionar, le sostuvo la barbilla con determinación, forzándola a alzar el rostro.
— No vine a reclamarte nada, vine a exigirte que vengas conmigo... — dijo, clavando sus ojos verdes en los de ella, que se llenaban de lágrimas — Si tu miedo es perder el dinero que ganas en una noche, dime cuánto es y te lo entrego, en efectivo, o a tu cuenta, como prefieras, pero esta misma noche dejas este lugar. — le quitó el velo de un tirón suave, pero contundente.
— Tengo que ir a cambiarme. — murmuró Edneris, intimidada, sintiéndose expuesta como nunca antes.
— Vamos, levántate. — ordenó él con voz grave mientras la ayudaba a ponerse de pie, sin soltarle la mano.
Salieron del privado en silencio, ella apenas podía seguirle el paso, Gabriel, al verlos salir, se acercó rápidamente, preocupado, pero Owen lo ignoró por completo, con paso seguro y sin titubeos, bajó por las escaleras y atravesó el club como si conociera cada rincón, hasta llegar a la puerta de la oficina de Coral. Las luces de neón azul parpadearon por encima de ellos, varios bartenders se quedaron boquiabiertos al ver la escena, sobre todo Alice, que no podía creer lo que estaba presenciando.
— ¿Qué pasó? — preguntó Coral, levantándose de su silla al verlos entrar de golpe.
— Edneris termina su noche. — dijo Owen sin soltarla.
— ¿Se conocen? — la mirada de Coral fue hacia Edneris, que por primera vez lucía avergonzada sin el velo, encogida dentro de su sensual vestuario.
— Es mi nuera. — respondió Owen con calma mientras buscaba algo en el bolsillo interno de su blazer.
— Uy... — Coral se llevó una mano a la boca, sin saber bien qué decir — Si ella quiere irse, puede hacerlo, esta es toda tu ganancia del primer baile al público y sólo tendría que ir a quitarse el traje. — sacó un sobre y se lo extendió a Edneris.
— Gracias. — susurró ella, tomándolo con manos temblorosas.
— ¿Cuánto costó el traje? — preguntó Owen sin rodeos.
— Setecientos dólares. — respondió Coral, observándolo con atención mientras él escribía en un cheque.
— Se queda con el traje, mil dólares, puedes cobrarlo cuando quieras. — dijo, arrancando el cheque y entregándoselo con elegancia.
Sin decir más, volvió a tomar a Edneris del brazo y la guio hacia el camerino, una vez dentro, comenzó a recoger sus cosas con movimientos ágiles, casi mecánicos: su ropa, la mochila con los útiles de universidad, los zapatos, todo, por la forma en que lo hacía, era evidente que estaba molesto, aunque no alzara la voz y Edneris, de pie en un rincón, no supo cómo detenerlo ni si quería hacerlo realmente.
— Permíteme que me cambie, no puedo salir a la calle vestida de esta forma. — murmuró Edneris con la voz apagada, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
— No quiero que pases un minuto más en este lugar, en el auto tengo una gabardina, puedes cubrirte con ella. — replicó Owen con firmeza, tomándola nuevamente de la mano para sacarla del camerino.
— Me pondré los zapatos. — intentó frenarlo, plantando los pies en el suelo, pero él apenas se detuvo.
— ¡Quiero sacarte de aquí ya! — gruñó y sin darle más opción, se agachó y la alzó en brazos, ignorando sus protestas suaves mientras cruzaban la salida trasera del club.
Sin detenerse, dio la vuelta hasta el estacionamiento, abrió la puerta del copiloto con una sola mano y sentó a Edneris en el asiento, dejando sobre sus piernas la mochila, la ropa y los zapatos, luego cerró la puerta con más fuerza de la necesaria, haciendo que ella se sobresaltara en el asiento.
Durante años, Owen había sido una figura casi paternal para Edneris, a pesar de que apenas los separaban once años, quizás por eso, su reacción ahora la tenía completamente desconcertada, paralizada, se sentía como si su propio padre la hubiese descubierto en la peor de las situaciones, y que ahora la llevara a casa solo para gritarle, para decirle cuánto lo había decepcionado.
El trayecto en carretera fue silencioso, el aire dentro del auto era denso, como si nadie se atreviera a respirar, Edneris no pudo resistir más y rompió en llanto, se encogió sobre sí misma, con los brazos alrededor del cuerpo como si pudiera protegerse del juicio que no llegaba, pero que temía, Owen no giró la cabeza, pero sí la observó de reojo, verla así, rota y frágil, le apretó el pecho, no se disculpó por su arrebato, pero tampoco le lanzó reproche alguno, solo condujo.
Paró en un restaurante de comida rápida que tenía autoservicio, pidió dos hamburguesas grandes, papas fritas, nuggets de pollo y pastelitos de manzana, ella no dijo nada, no preguntó, ni intentó disimular el nudo que aún tenía en la garganta. Con la bolsa en el asiento trasero, Owen retomó el volante y condujo directo hacia su apartamento en el centro de Portland, sin pronunciar una palabra más.
— ¿Isaac está en tu apartamento? — preguntó Edneris mientras se ponía los zapatos con rapidez, sintiendo el peso de la pregunta en la lengua.
— No y me disculpo por no tener tus cosas, no dejo que Jake entrara al apartamento por ellas. — respondió Owen, girando el volante para tomar la curva que los llevaba al estacionamiento subterráneo.
— Alice me ofreció su apartamento para pasar la noche con ella. — comentó ella mientras tomaba la gabardina que él le había dado antes de salir del club.
— Cuando estemos arriba, le mandas un mensaje agradeciéndole por su amabilidad. — dijo él, tomando las bolsas de comida mientras se apresuraba a bajar del auto.
— Yo puedo sola, gracias. — replicó Edneris, sin dejar que tomara su mochila.
— Cúbrete bien, no quiero que te vayas a resfriar con esa ropa. — añadió con voz más baja, ayudándola a colocarse la gabardina mientras ella salía del auto.
Caminaron en silencio hasta el ascensor, subieron al primero que llegó y Edneris se acomodó en una esquina, abrazando su mochila como si fuera un escudo, cuando las puertas se abrieron en el lobby, una anciana de rostro severo y porte arrogante entró al elevador, clavando la mirada en Edneris desde que la vio.
— Este lugar es para personas decentes. — soltó la mujer, escaneando a Edneris de pies a cabeza con desprecio.
— Y también para personas que no se meten en la vida de los demás. — respondió Owen con tono seco, tomando a Edneris por la cintura y atrayéndola hacia él.
— Cómo extraño mis tiempos, todas eran recatadas. — añadió la anciana, frunciendo aún más el ceño.
— Imagino que los dinosaurios no tenían mucho que lucir. — respondió Owen sin molestarse en mirarla.
— ¡Owen, por favor! — susurró Edneris, levantando la cabeza y apretando su brazo.
— Bola de gente libidinosa, pervertidos, pecadores lujuriosos, no pueden vivir en comunión con Dios, todos están llevados por el diablo. — empezó a rezongar la señora, saliendo al fin del ascensor en su piso.
— Para la próxima orgía le enviaré una invitación, estoy seguro de que se le quita esa amargura. — remató Owen justo cuando las puertas del elevador se cerraban, silenciando cualquier maldición que viniera detrás.
Edneris levantó la vista y lo miró de reojo, sin poder disimular la sorpresa ante el descaro del comentario.
— Te pasaste. — dijo en tono bajo, sin poder evitar una sonrisa.
— De alguna manera tenía que desquitarme, esa viejita me robó unos paquetes del correo, apenas puede caminar, pero es más metida que las tangas brasileñas. — respondió él, provocando una risa que a Edneris se le escapó sin querer.
— Eres tremendo. — murmuró, bajando la mirada mientras una tibia calidez la invadía por dentro.
— No tienes idea de cuán tremendo puedo llegar a ser. — susurró Owen junto a su oído, viendo cómo su piel se erizaba al instante.
Las puertas del ascensor se abrieron justo entonces, revelando el largo pasillo del piso al que iban, solo había tres puertas, la del lado derecho pertenecía a Owen, quien sacó las llaves con sigilo, como si quisiese que todo pasara desapercibido, pero no fue tan discreto como esperaba.