Escapar. 2

Terminó de maquillar sus ojos y, aunque el velo de tela translúcida de color dorado cubría sus labios, siempre se ponía labial, con bronceador, dio profundidad a sus clavículas marcadas, mientras que con iluminador hizo brillar sus huesos, incluso aplicó un poco en sus hombros. Se hizo una media coleta en su cabello, sujeta por una pinza de presión decorada con brillantes, finalmente, estaba lista para salir esa noche a bailar en la tarima, solía evitar usar calzado en el escenario porque temía resbalarse con los tacones, así que prefería adornar sus pies con joyería, generalmente tobilleras y anillos en los dedos de los pies.

— ¿Estás lista? — Alice asomó la cabeza por la puerta — ¡Santo Dios! Espero que no vengan viejitos hoy, porque los vas a mandar al hospital. — exclamó, viéndola de pies a cabeza.

— Qué bueno que somos enfermeras y sabemos brindar primeros auxilios. — Edneris rio divertida, observándose en el espejo.

— Ed ¿Estás segura de que quieres salir a bailar esta noche? — Alice se acercó a ella para arreglar un poco su cabello.

— Mis planes acaban de irse al diablo, Alice... — Edneris exhaló con pesadez — Me quedé sin hogar, mi familia es un desastre y tengo una sed de venganza que apenas puedo controlar, necesito mantener la mente ocupada esta noche. — tomó el velo y lo ató con firmeza bajo su coleta.

— Tu mirada está muy intensa esta noche. — Alice observó, preocupada.

Si bien sus ojos siempre destacaban, el maquillaje y el odio que recorría sus venas hacían que su mirada fuera aún más penetrante.

— Una vez, cuando era adolescente, escuché a mi madre decir que las bailarinas eran todas unas putas... — Edneris ajustó el tirante de su sostén mientras hablaba – Estoy segura de que le daría un infarto si me viera bailando, y no dudaría en llamarme puta, aunque nunca me he desnudado para nadie más que para mi novio, a pesar de que su hija mayor se metió con el novio de su hija menor, yo seguiría siendo la puta por bailar en un club. — se dio la vuelta y miró a su amiga.

— Edneris, sabes que lo que haces no define quién eres realmente. — Alice trató de consolarla, notando su angustia.

— Esta noche quiero ser una puta y ganar todo el dinero que pueda. — sin añadir más palabras, Edneris se alejó y se dirigió hacia la puerta.

Alice la siguió mientras se dirigían al interior del club, que estaba rebosante de gente, el bullicio de las conversaciones se mezclaba con el sonido suave de la música de fondo, pero todo se detuvo por un instante cuando la multitud se dio cuenta de la presencia de Edneris. El aire parecía electrificarse de anticipación, hombres y mujeres de diversas edades estaban acomodados en mesas que rodeaban el escenario, sus miradas fijas en la figura que pronto haría su entrada.

El DJ, con auriculares colgando alrededor de su cuello, ya comenzaba a seleccionar las pistas que acompañarían a las chicas que bailarían esa noche, las luces del club comenzaron a oscilar en tonos morados y azules, creando un ambiente sensual, mientras las primeras melodías pulsaban en los altavoces.

En cada rincón del lugar se encontraban grandes jaulas, algunas decoradas con luces brillantes, otras con cortinas de terciopelo rojo, dentro de ellas, otras bailarinas se preparaban para salir a escena. Las prendas que llevaban eran tan mínimas que apenas cubrían sus partes más íntimas, y, sin embargo, cada una de ellas irradiaba una confianza y un estilo único que las hacía destacar, algunas movían sus cuerpos al ritmo de la música, otras se estiraban para preparar sus movimientos, todas bailaban con libertad, pero siempre bajo las estrictas reglas del club.

Coral, la jefa del lugar, era firme con las reglas, tenía una política clara y sin excepciones; nada inmoral podía ocurrir dentro de las áreas visibles, todo debía mantener una apariencia de profesionalismo, aunque en la intimidad de los privados todo podría suceder, para asegurar que se cumplieran las normas, el club contaba con un equipo de seguridad eficiente y discreto que patrullaba constantemente, sin perder detalle, nadie podría hacer nada que pusiera en peligro la reputación del lugar, ni fuera de las reglas no escritas que mantenían el ambiente en equilibrio.

— Gatita, buenas noches. — dijo Uriel al verla subir, su voz cargada de simpatía.

— Buenas noches ¿Quién sale primero? — preguntó Edneris, escuchando el murmullo expectante de la audiencia.

— Sale Bunny primero, y tú eres la segunda... — Uriel sonrió, observándola de pies a cabeza — Aunque, ya escuchaste que la audiencia te aclama... — añadió, fijando la mirada en ella con curiosidad — Esta noche luces un poco diferente. — comentó, con una ligera sospecha, intentando descubrir qué había cambiado.

— ¿Diferente? ¿Me veo mal? — Edneris se miró rápidamente el traje, ajustándose el cinturón de monedas doradas que le colgaba sobre la cadera.

— No, para nada... — Uriel levantó una mano en señal de negación — Te ves hermosa como siempre, pero hay algo en ti esta noche, es como si tu presencia fuera más intensa, no sé, es algo raro. — observó con atención, como si intentara desentrañar el misterio de su cambio.

Edneris soltó una risa suave, disfrutando el interés en la mirada de Uriel.

— Gatita ¿Lista para trabajar esta noche? — Gabriel apareció en ese momento, su tono firme pero amigable.

Era el encargado de velar por su seguridad y el que se encargaba de pasar la cesta de las propinas, además, compartían un diez por ciento de todo lo que ella ganaba esa noche en el escenario.

— Más que lista... — Edneris le lanzó una mirada desafiante, con una chispa de diversión brillando en sus ojos — Y vengo con ganas de matar viejitos. — guiñó un ojo de manera traviesa, dejando que sus palabras cargadas de humor se perdieran en el ambiente.

— De matarlos y sacarles todo el dinero. — Gabriel soltó una risa ruidosa, sin poder evitarlo, mientras la observaba con cierto aire de complicidad.

Se quedó un momento atrás del escenario, junto a Uriel, observando cómo la energía en el aire aumentaba con cada movimiento de Bunny, la música retumbaba en el club, marcando el ritmo perfecto para cada uno de los bailarines que estaban por salir al escenario. Edneris, desde su lugar, no podía evitar sentirse fascinada por la destreza de Bunny, la forma en que esa mujer dominaba el tubo, deslizándose con una gracia casi sobrenatural y cómo se dejaba caer sin miedo a nada, era algo que la dejaba sin palabras cada vez que lo veía, a Edneris siempre le había encantado la idea de dominar ese arte, no solo como una forma de mostrar sus habilidades en el escenario, sino como una meta personal, como algo que deseaba lograr para sí misma, algo que iba más allá de las expectativas del club y el dinero que ganaba por su trabajo.

Soñaba con realizar esas piruetas, sentir el vértigo y descubrir lo que era capaz de hacer con su cuerpo, sin la presión de la mirada de la audiencia, solo por el placer de superar sus propios límites. Finalmente, llegó su momento, con una sensación de adrenalina corriendo por sus venas, observó cómo el tubo de baile comenzaba a descender lentamente, el sonido metálico del mecanismo casi imperceptible sobre la música.

Edneris se levantó de su lugar junto a Uriel y comenzó a caminar hacia el centro del escenario, consciente de la lluvia de aplausos que la esperaba, cada paso que daba parecía resonar en su cuerpo, cada mirada del público la impulsaba a moverse con más confianza. A lo lejos, pudo ver que algunos caballeros se levantaban de sus asientos, algunos con la boca abierta, admirando lo que estaba por suceder, había algo en la atmósfera esa noche, algo que le permitía conectarse con la música, con su cuerpo y con el público de una manera única.

El escenario estaba iluminado de manera que su silueta brillaba bajo las luces, pero también le permitía esconderse un poco tras el velo dorado que caía suavemente sobre su rostro, era un baile diferente cada noche. Aunque sus coreografías estaban cuidadosamente ensayadas, nunca podía usar todo su repertorio, su repertorio era vasto, lleno de giros, saltos y movimientos que solo ella sabía ejecutar con la misma intensidad, y había algo de misterio en no mostrar siempre todo, de vez en cuando, sus bailes se volvían aéreos, deslizándose con gracia sobre la tela que colgaba del techo, un desafío diferente al tubo.

Sentía que en la tela podía dejarse llevar más fácilmente, podía volar, liberar sus movimientos y su cuerpo, en el tubo, el reto era diferente; la rigidez del metal le obligaba a tener control, precisión, y sin duda, era mucho más difícil ejecutar piruetas en esa estructura que en el aire, pero, a pesar de todo, Edneris amaba cada forma de expresión que tenía a su disposición.

Se aferró al tubo con confianza, sintiendo cómo el calor de la habitación aumentaba con el primer movimiento que hizo, su cuerpo deslizándose en un perfecto arco, los aplausos aumentaron, y Edneris, con una sonrisa en el rostro, se dejó llevar por el ritmo, sintiendo que cada giro, cada paso, era una parte más de ella misma que se desvelaba ante el público.

Esa noche, sería únicamente ella y su cuerpo sobre el escenario, sin telas que la envolvieran, sin aros suspendidos del techo, solo sus caderas moviéndose en ondulaciones suaves de un lado a otro, mientras luchaba por olvidar las imágenes que la habían atormentado horas antes. Cada paso, cada giro, era una batalla silenciosa contra los recuerdos de su traición y contra los motivos que, años atrás, la habían llevado a convertirse en una bailarina en el club nocturno más lujoso de todo Portland.

El baile era tan vital para ella como sus estudios de enfermería, no veía en ello ninguna contradicción; su pasión por la danza no disminuía ni un ápice el esfuerzo, la inteligencia ni la excelencia académica que demostraba en la universidad, sin embargo, la sociedad hipócrita en la que vivía jamás se lo perdonaría. A ojos del mundo, podía ser una estudiante brillante o una bailarina sensual, pero jamás ambas, recordaba con amarga claridad las palabras de su madre cuando, siendo apenas una adolescente, le pidió inscribirse en una academia de danza: "Las bailarinas son como monos de circo. No tienen suficiente cerebro para hacer una carrera de verdad." Desde entonces, Edneris había jurado en silencio que sería ambas cosas y que demostraría que no había nada de vergonzoso en perseguir todo aquello que amaba.

Con la segunda pista de la noche, decidió salir del escenario, deslizándose entre las mesas, dejando una estela de perfume, brillo y misterio a su paso, su sola presencia puso en alerta a toda la seguridad del local; los guardias sabían que debían estar atentos, aunque el público del club era de alto nivel, hombres trajeados, empresarios e incluso algunos religiosos disfrazados de respeto, siempre existía la posibilidad de que alguno olvidara las reglas, pero la mayoría sabía que cualquier falta de respeto significaba ser vetado de por vida, sin excepciones.

Había, claro, algunas bailarinas que aceptaban ser tocadas discretamente a cambio de mayores propinas, Edneris no era una de ellas, para ella, la danza era arte, poder, dominio sobre su espacio y sobre las emociones de quienes la veían, y esa noche, la luz caía sobre su figura como un halo dorado, capturando cada movimiento, cada mirada, cada suspiro que arrancaba de los asistentes. Besos lanzados al aire, manos temblorosas que apenas se atrevían a rozarle el dorso cuando ella se acercaba, suspiros robados que flotaban en el ambiente, todo era suyo.

Esa noche, brillaba con una intensidad hipnótica, como si su dolor se hubiera convertido en una especie de fuego que nadie podía apartar la vista, era peligrosa, era magnética, era indomable.

— Creo que terminar con su novio le sentó muy bien. — comentó Juan, embobado también con el espectáculo.

— No digas eso, ella estaba muy enamorada de Isaac y ahora ese pendejo le ha roto el corazón. — Alice le pegó un codazo.

— Tiene tantos hombres a sus pies en este lugar que no debería llorar por ese tonto. — dijo Sonia mientras secaba los vasos.

— ¡Ay, carajo! — Alice se cubrió la boca — ¡Mierda, es el suegro de Edneris! — exclamó espantada al ver que Owen acababa de entrar y caminaba hacia la barra.

— ¿Ese es el padre de Isaac? — Juan abrió los ojos de forma exagerada, asombrado por lo buen mozo que era.

— Buenas noches, qué sorpresa encontrarte aquí, Alice. — fijó sus ojos en ella.

— Buenas noches, señor Thompson ¿Qué gusta que le prepare? — preguntó, sonriente, tratando de mantener la calma.

— Un whisky en las rocas, por favor... — subió al taburete — Así que es aquí donde trabaja Edneris. — comentó, observando cómo todos los bartenders se ponían nerviosos.

— Sí, pero en estos momentos está atrás, en la cocina, ayudando con el inventario. — respondió Alice mientras servía el trago.

— Es una pena, me hubiese encantado verla en su trabajo, ya que la encontré de casualidad. — añadió, recordando que ella nunca le dio el nombre del lugar, solo mencionó que era un bar de lujo.

— Bueno, quizás podría volver este club su lugar favorito. — Sonia asintió muy sonriente.

— Quizás sí, tiene un buen ambiente... — llevó el vaso a sus labios, dio un sorbo y luego se dio vuelta hacia el escenario — Carguen la bebida a la cuenta "OTH 35", letras en mayúsculas y con números. — añadió antes de bajar del taburete y perderse entre la oscuridad.

— ¡Es un cliente con tarjeta Black VIP! — exclamó Joseph, quien ya había buscado el registro en el sistema.

Owen caminó entre las mesas, observando con atención el espectáculo que se desarrollaba en el escenario, sus pasos eran firmes, silenciosos, como los de un depredador en territorio desconocido, no estaba allí solo por curiosidad ni por casualidad; se había presentado en ese lugar con una misión clara en mente.

Su mirada se mantuvo fría, calculadora, mientras analizaba cada rincón del club, cada rostro, cada movimiento, no dejó que el bullicio, la música o las luces lo distrajeran, él no era como los demás clientes que buscaban entretenimiento o una distracción momentánea, Owen tenía un propósito y no descansaría hasta conseguir lo que había ido a buscar. 

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