La puerta del frente se abrió un instante después, y una vecina asomó la cabeza con sus lentes cuadrados mal ajustados antes de salir por completo, empujada por la curiosidad.
— Buenas noches, Owen ¿No gustas pasar a cenar conmigo? — preguntó la vecina con una sonrisa insinuante mientras se acomodaba la bata para dejar ver un poco más de piel.
— No, gracias. — respondió él sin siquiera girar la cabeza para verla.
— ¿Y quién es ella? — preguntó la mujer al notar la presencia de Edneris, a quien escaneó con evidente incomodidad.
— Una mujer... — respondió Owen con tono cortante, abriendo la puerta de su apartamento y dejando que Edneris entrara primero — Buenas noches. — sin esperar una respuesta, cerró la puerta tras de sí con rapidez.
— Todo un señor don Juan. — comentó Edneris, echando un vistazo al apartamento, que ya estaba completamente iluminado.
— En este edificio hay tantas mujeres que me invitan a comer y justo la única a la que yo deseo que me invite, me mantiene a distancia... — murmuró él al pasar junto a ella, dedicándole una mirada significativa — Ponte cómoda, siéntete como en tu casa. — agregó mientras llevaba las bolsas de comida a la cocina.
— Una de tus casas era mi casa. — susurró ella, dejando su mochila en el suelo, justo junto a la puerta.
— Si vieras mi casa de vacaciones, estoy seguro de que te encantaría... — respondió él con una sonrisa mientras regresaba hacia ella — No se compara con esta caja de fósforos que estoy loco por vender. — se acercó con tranquilidad y comenzó a ayudarla a quitarse la gabardina con delicadeza.
— ¿Vendiste tu apartamento de lujo? — preguntó Edneris, empezando a relajarse un poco, sentía, por primera vez en horas, que estaba segura.
— No... — negó él mientras dejaba la gabardina colgada — Solo que últimamente tenía ganas de algo más estable, sin vecinos entrometidos, pude comprar una casa bonita en la residencial Bella Vista... — tomó con suavidad el brazo de Edneris y la condujo hacia la habitación de invitados — De antemano te pido disculpas por no tener algo más adecuado, pero supongo que vas a querer darte un baño, puedes usar esta pijama, está limpia. — le dijo, ofreciéndole una prenda doblada con esmero.
Edneris asintió sin decir palabra, tomó la ropa y entró al baño con la cabeza baja, con cierta vergüenza de mostrarse frente al hombre que una vez la había recibido en su casa como la novia de su hijo y que ahora le abría la puerta de nuevo, pero tras haber descubierto una traición que aún le ardía en la sangre.
Ya en la ducha, dejó que el agua caliente se llevara parte del peso de su alma, afortunadamente, en su cosmetiquera tenía un pequeño bote de desmaquillante; de lo contrario, habría salido pareciendo una sombra, con todo el maquillaje corrido por el agua, se limpió el rostro lentamente, mirándose al espejo empañado sin reconocerse del todo. Allí, bajo el agua, comenzaron a asaltarla las dudas ¿Cómo había permitido que todo llegara hasta ese punto? ¿Por qué Owen la había ido a buscar personalmente a su trabajo? ¿Era por preocupación genuina o parte de algún plan retorcido entre padre e hijo? ¿Querría humillarla? ¿Vengarse? ¿Reclamarle algo? No sabía qué pensar, solo sabía que él le había ofrecido ropa limpia, un techo, y hasta comida, mientras todo su mundo se había desplomado.
Cuando terminó de bañarse, se puso la pijama, quedaba un poco holgada y había un pequeño detalle que no había previsto; la parte superior tenía el cuello demasiado amplio, y le dejaba un hombro descubierto, esperaba que Owen no lo notara o al menos que no lo interpretara mal. Con pasos suaves, caminó por el pasillo en dirección a la cocina, con la cautela de quien no quiere molestar en casa ajena, aunque su corazón palpitara con la fuerza de quien teme estar en casa de alguien demasiado importante.
— Espero que no te incomode tanto que me haya quedado solo con la camisa, el pantalón no me quedó. — dijo Edneris, bajando la mirada cuando notó que Owen la observaba.
— Mientras tú estés cómoda, no debes preocuparte por mí... — respondió él con calma, moviendo la silla del pequeño comedor — Perdona que no haya una cena digna de ti, pero no tengo mucho en este lugar, mañana terminan las remodelaciones de mi casa. — añadió, invitándola a tomar asiento.
— Es más de lo que yo había pensado consumir esta noche... — Edneris se sentó con cuidado — Owen ¿Desde cuándo lo sabes? — preguntó finalmente, sin rodeos, mirándolo con una mezcla de duda y temor.
— ¿Eso importa? — respondió él, llevándose una papa frita a la boca.
— A mí sí me importa, no todos los días mi exsuegro me encuentra bailando en un club. — murmuró, bajando la cabeza avergonzada.
— Lo supe desde el primer día en que Isaac nos presentó, en el club tuve la oportunidad de verte sin los velos que usas, no había confusión. — contestó con honestidad, sin adornos.
— ¿Por qué nunca dijiste nada? — preguntó Edneris en voz baja, recordando cada vez que aseguró trabajar sirviendo tragos detrás de la barra.
— Porque si Isaac no se había ganado tu absoluta confianza, yo no era nadie para meterme entre ustedes dos. — replicó él, observando cómo la barbilla de Edneris comenzaba a temblar segundos antes de que se rompiera por completo — ¡Edneris, no! — dijo con nerviosismo — ¡Por favor, no te sientas mal por esto! — exclamó al verla encorvarse, cubriéndose los ojos mientras las lágrimas comenzaban a fluir como una tormenta contenida.
Intentó levantarla, pero ella se mantenía encogida sobre sí misma, completamente derrotada, lloraba a mares, no solo por el corazón roto, sino por la vergüenza de haber mentido, sentía que había quedado frente a Owen como una farsante, y quizá eso era lo que más le dolía, él siempre había sido sincero con ella.
— ¡Owen, perdóname! — susurro entre dientes — Nunca fue mi idea mantener esta mentira por tanto tiempo, te juro que yo me iba a retirar de todo eso y jamás le fui infiel a Isaac. — logró decir entre sollozos, cuando él por fin le apartó las manos del rostro, lo vio entonces, de rodillas frente a ella, con una mirada más compasiva que cualquier otra cosa.
— Yo no estoy reclamándote nada y no soy nadie para juzgarte, sé que eres una mujer correcta, con valores bien puestos, el que bailes no quiere decir que seas una prostituta... — afirmó, tomando sus manos y colocándolas sobre sus hombros con firmeza y ternura a la vez — Fui a buscarte porque lo que ha hecho el imbécil de mi hijo no tiene nombre, engañarte con tu hermana ha sido una canallada, no quería que anduvieras por ahí, vagando por las calles, sola y herida, deja de preocuparte por el encuentro en el club, come algo y mañana, con más calma, hablamos de todo esto. — apenas terminó de hablar, Edneris se dejó caer sobre su cuerpo sin fuerzas.
Owen la rodeó con los brazos, conteniéndola, y la dejó llorar sin consuelo sobre su hombro, había sido una mujer fuerte todo ese tiempo, tal vez todavía seguía impresionada por lo que había descubierto en su propia casa, pero escuchar a Owen mencionar la traición con voz firme y empática fue como accionar un interruptor dentro de ella.
Fue como si la realidad, su verdadera realidad, le diera una bofetada en la cara, desmoronando su coraza como terrones de azúcar empapados de agua y así lloró, hasta quedarse sin voz, porque llevaba días callando sus gritos de dolor. Cuando por fin Owen consiguió calmarla, trató de animarla a comer algo, pero Edneris no tenía el menor apetito, ni siquiera después de que él intentara sobornarla con una rebanada extra de pastel, ante su negativa, decidió llevarla a su cuarto para que descansara un poco.
El apartamento tenía solo una habitación, que esa noche estaría ocupada por Edneris, Owen, por su parte, dormiría en el sofá de la sala, sin protestar, y sin más palabras, se aseguró de que estuviera cómoda y entonces se marchó cerrando la puerta con cuidado, dispuesto a vigilar su descanso desde la distancia.
Se quedó dormida pasada la medianoche, después de empapar las almohadas con sus lágrimas, Edneris se frotó los ojos al terminar de despertar, sintiéndolos hinchados, pesados, y tardó unos segundos en enfocar la vista en el techo del cuarto, se dio la vuelta en la cama, contemplando cómo los primeros rayos del sol comenzaban a ganar intensidad en un cielo teñido de tonos naranja, surcado por nubes grises.
Mientras observaba aquel amanecer silencioso, un aroma sutil jugó con su sentido del olfato, era una mezcla de notas cítricas, menta y un tenue rastro de geranios, enterró la nariz en la almohada, aspirando profundamente ese perfume masculino que la envolvía como un recuerdo vivo. Owen siempre había tenido un gusto particular por las fragancias florales refinadas, muy distintas a los perfumes potentes que usaba Isaac, esos que solían provocarle migrañas de lo intensos que eran, a veces, Edneris encontraba placer en abrazar a Owen solo para inhalar ese aroma que le resultaba tan reconfortante.
Sacudiendo los pensamientos de su mente, dejó de comportarse como una acosadora silenciosa y se levantó con la intención de preparar algo de desayuno, después de todo, Owen había sido tan dulce con ella, tan comprensivo, que sintió que aquello era lo mínimo que podía hacer para agradecerle. Al salir del cuarto, lo encontró dormido en el sofá, encogido incómodamente debido a lo reducido del espacio, era evidente que no cabía bien en un mueble tan pequeño para alguien tan alto, se agachó con cuidado, recogió la sábana que había caído al suelo y volvió a cubrirlo, aunque el sol ya había salido, aún se sentía algo de frío.
Con paso sigiloso fue hasta la cocina, dispuesta a improvisar con lo que encontrara, para su buena suerte, había una caja de harina para pancakes instantáneos, solo necesitaba agregar agua o leche, derritió un poco de mantequilla en el sartén caliente y luego vertió la primera cucharada de mezcla, concentrándose en hacerlo con calma.